Urinarios en los baños de una estación de trenes perteneciente a la red Amtrak, en medio de Manhattan, Nueva York.
Al menos cuatro hombres pierden el tiempo mirándose unos a otros. Cuando uno de ellos toma la iniciativa de acercar su mano a la bragueta de uno de los hombres, éste desenmascara a unas esposas que con la misma pericia con la que Liam Neeson arresta delincuentes en sus películas de acción, las pone sobre las muñecas del ahora delincuente que solo iba en busca de un poco de fierro.
El otro, al percatarse de que aquello es una emboscada, intenta huir, pero es demasiado tarde. Los dos hombres, en teoría homosexuales, que aparentaban saciar la calentura en unos baños en realidad son policías encubiertos. Los homosexuales salen del baño escoltados por los policías, tratando de cubrir el rostro con las manos inmovilizadas por los grilletes para sobrellevar la vergüenza.
Esta escena suena a una de las tantas anécdotas de la era previa a los disturbios de Stonewall. Pero en realidad lleva repitiéndose al menos desde junio de este año. Policías utilizan una aplicación de encuentros en tiempo real en la que, mediante avatares falsos, proponen encuentros sexuales a otros tipos a la redonda en baños públicos, siguiendo las reglas de la tradición del cruising, como se le conoce a la práctica de sexo gay en espacios públicos.
Se trata de una app de geolocalización de la calentura gay. Consiste en el despliegue de un mapa en el que aparecen pequeños puntos con imágenes de calzones, erecciones o traseros peludos indicando casi la ubicación exacta. El margen de error es de uno o dos metros. Aunque también da la opción de ocultar la localización precisa, entonces el avatar aparece de forma aleatoria en cualquier parte de la región. Son pocos los perfiles que publican sus fotos porque la prioridad de los usuarios de la aplicación es encontrar alguien para coger en tiempo real, cuanto antes. Ahora mismo mi perfil en esa app está palpitando. No es que ande caliente. Lo de siempre. Pero estoy conversando con un “amigo” que fue uno de los arrestados en esos baños que hasta antes de la ola de arrestos eran considerados de los puntos más populares y reputados del cruising neoyorquino.
“Sigo preguntándome por qué tuve el impulso de cubrirme el rostro. Siempre voy contando mis aventuras en los baños públicos con exceso de orgullo y de pronto sentí como si hubiera matado a alguien. No hice nada malo. Hacía muchas décadas que no me avergonzaba por ser gay”, me dice este amigo con el que a veces me encuentro cuando por trabajo se detiene en San Francisco por unos días.
Los cargos presentados fueron faltas a la moral.
Un reporte de The Advocate señala que de junio a la fecha han sido arrestados 200 homosexuales, entre ellos un mexicano indocumentado que buscaba refugio en Estados Unidos. Al parecer ha sido liberado.
Podría ser el inicio de la siguiente persecución después de los migrantes indocumentados.
Los comentarios en redes sociales parecen despertar alertas sobre el estado de riesgo de los derechos civiles de los homosexuales. Otros, gays incluidos, celebran la acción de los policías: el matrimonio no es un juego, es un privilegio que debe respetarse como para seguir en esa desagradable práctica del cruising, leí por ahí.
No sé si sea anticipado vislumbrar el fin de la visibilidad gay, pero los arrestos se sienten como los primeros síntomas de una distopía que poco a poco se cuela por las grietas de los derechos de los homosexuales u hombres que tienen sexo con otros hombres.
Y me pregunto si las recientes redadas en Manhattan son el alto costo que, como homosexuales, tenemos que pagar después de ser el movimiento que más rápido fue asimilado por un sistema de consumo y validación social. Con todas esas trampas retóricas de la asimilación, la fiscalización del deseo desde distintos frentes, conservadores y posmodernistas que destetan el grado cero de la homosexualidad. Mucho antes del ascenso del conservadurismo radical al poder, gays adoptaron cierta represión de sus bajos instintos por el miedo a ser señalados como masculinos o tóxicos, o ambas cosas a la vez. El miedo a ser expulsados de sociedades y sus propios derechos.
Los de Advocate advierten del miedo que los conservadores quieren imponer en el colectivo homosexual, pero al mismo tiempo se leen temerosos de mencionar la palabra homosexual o gay al momento de describir la aplicación. Hasta hace no mucho, varios activistas de diversidad sexual no hegemónica se quejaban de que en general las aplicaciones de encuentros, gays, promovían el falocentrismo en exceso, casi satanizando la erección. El ensayista Mark Fisher antes de morir por cuenta propia, ya advertía de la tendencia de ciertos activismos surgidos desde espectros que a primera vista podrían leerse izquierdistas de avanzada, de conducirse con la misma testarudez rancia que la derecha más convencional: “La izquierda moralizante se especializa en que las personas se sientan mal, y no se contenta hasta que agachen la cabeza y se hundan en la culpa y el autoarrepentimiento”, decía Fisher.
Lo cual muestra lo peligrosamente complicado que es salirse de las líneas del conservadurismo, pues cualquier intento de orden implica un grado de renuncia y autotraición. El productor Steve Albini, cuando lideró esa desquiciante banda de punk amartillado en golpeteos prefabricados llamada Big Black, decía que la mejor manera de no meterte en problemas (como él con esas letras y declaraciones cargadas de aforismos incorrectos) era repetir frases huecas de reconfortantes que negaran cualquier posibilidad de confrontación.
Mi amigo me pasa su número de celular porque la experiencia lo dejó un poco traumado. Me dice que piensa cerrar su perfil de geolocalización.