La oposición solía quejarse del repertorio de insultos que Obrador usaba para referirse a sus críticos siendo candidato. Reprobaban su uso de adjetivos, apodos y latigazos de lexicógrafo y sentenciaban que tal incontinencia verbal tendría costos para todos.
Hasta que llegó Lilly Téllez.
Lilly Téllez, poetisa del insulto, del desprecio y la descalificación. Su creatividad en el uso de calificativos no encuentra par en los debates. Artista del insulto, Téllez no solo está siendo artífice de denuestos sin precedente en el Senado, sino que ha develado la profunda hipocresía de quienes anteriormente se oponían a los improperios y ahora los celebran complacidos.
Es notable lo vasto y prolífico que es el vocabulario de vejaciones que Lilly ha acuñado:
Achichincles, avezados técnicos de la tranza, bola de corruptos, bola de léperos, bola de vulgares, ceros a la izquierda, changoleón, cínico, cobarde, cómplice, delincuentes, depravados, desvergonzados, doblados, doblados rápido, enano de intelecto, enlodados, farsantes, hienas a la espera de sobras apestosas, imbécil, ladrones, maestros del fraude, mascotas, mezquino, monstruos, narcopolíticos, narcos, parásitos, perros, personas de mala entraña, perversos, sirvientes, sucios, vulgar de lengua.
En la obra de Téllez destacan desde frases como “Jefe Ganso” y consejos como “tomen medicinas para sus achaques” hasta rimas trisilábicas como “siéntense y cállense”, e instrucciones como “pásenle pañuelos para las lagrimitas”.
Pero nada identifica mejor la destreza lexicográfica de la senadora poetisa como los insultos que le dirige a sus pares. Como cuando se dirigió a Citlalli Hernández con un “tú solo ves comida” o cuando llamó “despeinada” a la senadora Sánchez Cordero en alusión a que “iban a traer de las greñas a los senadores”.
Con ello Lilly Téllez no solo ha demeritado el debate del Senado, llevándolo a los insultos físicos, sino algo más grave: ha transformado a varios intelectuales en abiertos elogiadores de insultos. Quienes decían querer un líder como Obama o Macron, resultaron conformarse con quien tiene un lenguaje más viperino que Bolsonaro.
Los críticos de la estridencia, los supuestos intelectuales de la dialéctica se han quitado la máscara: los insultos sí se valen, nos dicen, siempre y cuando vayan dirigidos a Obrador. Tristemente, desde su ira o su impotencia se han convertido en lo que despreciaban, enarbolando una forma de hacer política que hasta hace unos cuantos años les hubiera avergonzado.
Así, en mesas de análisis y columnas de opinión se refieren a Lilly Téllez como una senadora elocuente, combativa y clara, como “una voz salvajemente dirigida” e incluso, en lo que pareciera ser un meme, la comparan con el revolucionario Georges-Jacques Danton o el poeta francés Cyrano de Bergerac.
El que Téllez sea la nueva heroína de la oposición muestra su extravío: desorientados, piensan que Obrador es popular por irreverente y que el insulto les dará votos. No es así.
Obrador no es popular por insolente, sino porque encara retóricamente a las élites predatorias y propone una salida (aun si esta es imperfecta). Por eso, el que los viejos partidos insulten a Obrador, no debilita al Presidente, sino que lo enaltece ante su votante. Irónicamente, con su comportamiento, Téllez reafirma al Obradorismo.
Esta columna juega y parafrasea “López Obrador poeta” (Zaid 2018).
Viri Ríos
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