Cada septiembre revive una frase que escuchamos en todas partes: “El día que los mexicanos nos vestimos de mexicanos”. Y sí, se trata de la Independencia. Basta con salir a la calle para ver sombreros de charro, trenzas y bigotes postizos, vestidos de china poblana y un sinfín de adornos. Pero más allá de esa postal folclórica, la frase nos invita a preguntarnos qué significa “ser mexicano” y cómo se expresa esa identidad. ¿Estamos frente a una manifestación auténtica de lo que somos o, más bien, frente a un ritual cada vez más moldeado por la mercadotecnia y la apariencia?
Gilberto Giménez lo resume al señalar que la identidad es un “conjunto de repertorios culturales (valores, símbolos, representaciones) que los actores sociales utilizan para demarcar sus fronteras, distinguirse de otros y organizar su relación con el mundo”. Es decir, no es un simple sentimiento, sino una construcción social compleja. En ese sentido, lo mexicano se ha tejido con siglos de historia, resistencias y mestizajes.
El 16 de septiembre nos recuerda un origen compartido, pero también expone nuestras contradicciones. En cada región del país, la fiesta se vive con sabores, músicas y gestos distintos: el norte resuena con acordeón y bajo sexto; en el occidente suena el mariachi y en la península la jarana marca el ritmo. Lo mismo ocurre con la comida: mientras en Puebla se lucen los chiles en nogada, en Monterrey el asador arde sin descanso y en Guerrero el pozole blanco tiene un lugar central. Esa diversidad es parte de lo que llamamos identidad mexicana: un mosaico de particularidades que, pese a su diferencia, saben reconocerse bajo un mismo cielo.
La identidad tampoco se limita a la ropa o la comida. Durante las fiestas patrias también aparece esa capacidad de convivir en la diferencia, de reírnos juntos con mariachi o banda, de gritar “¡Viva México!”, aunque cada quien lo sienta distinto. Esa fuerza simbólica nos recuerda que pese a desigualdades y desencantos hay un lazo que todavía nos une.
Sin embargo, vale la pena preguntarse si con los años esta celebración no se ha ido adaptando a intereses económicos y políticos que promueven una idea de mexicanidad homogénea, exaltando valores heroicos y episodios históricos muy seleccionados. Esa versión oficial tiende a omitir la complejidad social y cultural del país, y corre el riesgo de reforzar estereotipos. Lo preocupante es que, en ese proceso, las tradiciones comunitarias, sostenidas por generaciones, terminan desplazadas por espectáculos oficiales.
Por eso cuando digamos que “nos vestimos de mexicanos”, habría que ir más allá de lo que dicta el mercado y mirar hacia las expresiones comunitarias que resisten sin reflectores. Más allá de las fiestas masivas, la verdadera riqueza de la mexicanidad está en la vida cotidiana de los barrios y comunidades, en el respeto por la historia, la memoria y la diversidad. La identidad nacional no tendría que ser un escaparate que desempolvamos cada septiembre, sino el resultado vivo de procesos culturales participativos y críticos, capaces de dialogar con el pasado y reinventarse en el presente.
Isabel C. Sánchez Rodríguez
El Colegio de la Frontera Norte Unidad Monterrey
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