Política

Morbosistas

  • Me hierve el buche
  • Morbosistas
  • Teresa Vilis

En el centro de esta historia hay una adolescente de diecisiete años, pero casi nadie la mira.

Los reflectores apuntan a los abogados, a los noticieros y a los opinadores que descubren la indignación por unas horas. Durante días, todos comentaron el expediente: se discutieron videos, fotos, audios, tocamientos, la trayectoria del exfutbolista, el morbo disfrazado de información.

Cuando se agotó el tema, cambiaron de pantalla. El proceso continúa, pero la atención pública se evaporó.

En ese estrépito participan todos. Los abogados declaran frente a las cámaras lo que les conviene. Los medios internacionales, nacionales y locales publican detalles del abuso sexual cometido a una chica, como si esa precisión en realidad sirviera de algo, como si fuera empatía. No lo es. Relatar lo que lastima es repetir la herida. Ningún medio debería describir lo indecible, y menos cuando la víctima es una adolescente. El derecho a informar no incluye el privilegio de exhibir. Hacerlo es solo explotar el morbo a expensas del dolor ajeno.

A ella la nombran “la menor”. Qué palabra tan práctica para no pensar. “Menor” suena a alguien incompleto, sin autonomía. No lo es: tiene diecisiete años, memoria y miedo. Los niños son niños; las adolescentes, adolescentes; los jóvenes, jóvenes. Nadie es “menor”. Esa palabra, repetida por costumbre en las noticias, borra más de lo que resguarda.

Mientras tanto, el acusado conserva el centro del relato. Se repasan sus goles, se desempolvan fotografías, se enumeran triunfos. El héroe derrumbado sigue siendo protagonista; la víctima, apenas una nota al pie. En este mundo, el fin de una carrera deportiva duele más que el crimen que lo provocó.

El morbo no se limita a los medios. Se extiende como un reflejo social: se opina sin leer, se comparte sin pensar, se consume la desgracia ajena como si fuera entretenimiento. En las sobremesas y los chats se juega a ser juez, sin bondad ni contexto. Somos una sociedad que confunde justicia con espectáculo, sufrimiento con contenido y verdad con tendencia.

Nadie defiende a la muchacha. Nadie sale a recordarla cuando el caso se enfría. Ni las instituciones que deberían protegerla ni la prensa que presume perspectiva de género. Los morbosistas, esa legión que necesita escándalos para sentirse viva, ya buscan otra historia.

Lo jodido es que esto es normal. Hemos convertido la crueldad en costumbre y la indiferencia en algo cotidiano. Mirar de verdad implicaría detenerse, incomodarse, asumir parte de la vergüenza. Pero preferimos el ruido: es más fácil hacerse el indignado que mirar con atención.

Me hierve el buche. Porque la justicia, los medios y el público parecen más interesados en la trama que en la persona. El espectáculo continúa. La muchacha sigue ahí, invisible entre los restos del incendio, mientras los morbosistas aplauden desde sus pantallas. No es la única. Hoy le tocó a ella, ayer a Valeria Márquez, mañana alguien más será.

El periodismo podría ser un acto de cuidado. Pero parece que aquí, cuidar a las víctimas, casi nunca deja clics.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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