Política

La oruga peluche y los humanos de cristal

  • Me hierve el buche
  • La oruga peluche y los humanos de cristal
  • Teresa Vilis

Hay criaturas que pasan inadvertidas hasta que alguien las convierte en noticia. La oruga peluche, por ejemplo, llevaba millones de años viviendo tranquila en los árboles de América sin molestar a nadie, hasta que un día apareció en las redes sociales convertida en villana. Videos y noticias alarmistas y medio Jalisco sintió que su jardín estaba bajo ataque.

El animalito no mide más de cinco centímetros, es velludo, lento, y su aspecto recuerda al de un pomponcito con aire de misterio. Vive pocas semanas en ese estado, antes de transformarse en polilla. Come hojas con la disciplina de un “yogui”: su cuerpo diminuto prepara un cambio que los humanos llamarían milagro, si no estuvieran tan ocupados en temerle.

Un investigador advirtió que era venenosa. No mortal, solo molesta: una urticaria, un sobresalto en el pulso, una breve lección de precaución. Las redes no entienden de matices. En cuestión de horas, la oruga se volvió una amenaza letal. Los titulares improvisados hablaron de una invasión: seguro el bosque se levantó en armas. La desinformación, ese veneno moderno, hizo el resto.

Las redes sociales son el zoológico de nuestros miedos: ahí exhibimos lo que no comprendemos y le arrojamos piedras. La oruga peluche se volvió trending topic por la misma razón que un cometa fue, en otro tiempo, símbolo de la peste. El miedo es la forma más antigua de entretenimiento.

El ciclo de la oruga tiene algo que debería inspirarnos: vive lo que tiene que vivir, come lo necesario, y cuando todo termina se encierra en sí misma para transformarse. Pero nosotros, tan convencidos de nuestra inteligencia, no soportamos la idea de dejar que algo siga su curso sin intervenir. Fumigamos, aplastamos, declaramos guerras preventivas contra criaturas que ni siquiera saben que existimos.

La humanidad, que inventó antibióticos, drones y reality shows, todavía se asusta con una oruga. Quizá porque le recuerda que hay cosas que no puede controlar. Tal vez porque en el fondo sabe que los verdaderamente invasores hemos sido nosotros.

En cada historia viral hay una metáfora de lo que somos: criaturas asustadas que, en lugar de observar, exageran; que prefieren matar antes que entender. Los humanos de cristal necesitan sentirse amenazados para existir. Si no hay peligro, lo fabrican. Si no hay monstruo, lo inventan con pelos y nombre tierno.

Mientras tanto, la oruga sigue ahí, ignorante de su fama. No sabe que millones de personas han decidido temerle. Cumple con su función ancestral: comer, transformarse, desaparecer. No busca aplausos ni likes, y eso la hace más libre que cualquiera de nosotros.

Tal vez la lección de la oruga sea simple: no todo lo que asusta merece ser destruido. A veces basta con mirar, comprender, y dejar vivir.

El verdadero veneno no está en la oruga, sino en el dedo que comparte videos sin informarse y sin pensar. ¡Me hierve el buche!


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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