Política

Pulpos inútiles

  • Me hierve el buche
  • Pulpos inútiles
  • Teresa Vilis

Hay personas que viven convencidas de que moverse equivale a avanzar. Van, vienen, hablan, insinúan que hacen algo. Su mayor talento es el ritual de movimiento: desplazan aire, producen actividad, generan la ilusión del impulso. Son el ruido que imita al trabajo, los defensores del movimiento perpetuo. En su universo, todo se trata de parecer.

No hay malicia en su torpeza, sino hábito. Descubrieron que, en este mundo de apariencias, la eficacia es secundaria frente a la visibilidad. Abren reuniones, proponen planes, mandan mensajes. No importa qué digan, basta con que alguien los escuche. Creen que la repetición convierte en realidad lo que apenas existe. El verbo sustituye a la acción y el adjetivo al resultado.

El sistema los protege porque los necesita. Son los guardianes del espejismo. Cuando los “de arriba” se reconocen entre sí, en ese ritual masculino de palmaditas en la espalda y sonrisas que huelen a poder, el error deja de importar. Lo que vale es mantener el relato. Si algo falla, se culpa a la prisa, al clima o a la falta de comunicación, pero nunca a la estructura que sostiene la simulación.

Mientras tanto, los que saben hacer las cosas aprenden el arte del silencio. No por resignación, sino por salud mental. Explicar lo evidente a quien no quiere entender es como dictar clases en medio de un temblor. Ellos mantienen el equilibrio de lo invisible: lo que funciona sin anuncios, lo que no necesita testigos.

La cultura del intento es cómoda. Permite ocupar espacio sin generar peso. Promueve la urgencia como virtud y la confusión como excusa. Produce líderes que no lideran, gestores que no gestionan y visionarios que confunden la neblina con la altura. Son, en esencia, pulpos inútiles: criaturas de muchos brazos que lo tocan todo y no sostienen nada, que viven enredadas en su propio ajetreo.

Aprendimos que verse competente puede ser más rentable que serlo. Que basta un tono firme y una sonrisa bien ensayada para convencer al entorno de que todo está bajo control.

No es más que una gran lección de teatro. Vivimos en una escenografía donde cada quien interpreta el papel que el sistema le asigna: el que finge mandar, el que finge obedecer, el que finge creer. Entre tanto fingimiento, lo real, la tarea hecha con cuidado, la palabra que busca verdad, parece una rareza fuera de lugar.

Pero sigue existiendo. A veces se esconde en un ademán, en una frase que no busca ovaciones, en una persona que hace bien su trabajo sin necesidad de espectadores. Esa resistencia mínima sostiene al planeta más de lo que sospechamos.

Por eso escribo. Para recordar que la diferencia entre moverse y avanzar aún importa. Que sostener algo vale más que tocarlo todo. Que hay una ética en el detalle, una dignidad en lo bien hecho, aunque nadie la aplauda.

Y sí, cada vez que veo a esos pulpos inútiles, convencidos de que su ruido mantiene vivo el océano, siento que la sangre se me agolpa en la garganta y, entonces, sí, me hierve el buche.


Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.