Cultura

Capítulo 13

Como la carta robada de Poe, el archivero o, más bien, fichero (similar a los que quizás aún se utilicen en algunas bibliotecas) siempre estuvo a la vista, en un hueco no pequeño entre los tomos de México a través de los siglos y un montón considerable de periódicos viejos, amarillentos, de los años noventa del siglo pasado (esto lo confirmo ahora que investigo aquella zona del estudio por la que pasaron mis ojos, incluso mi cuerpo, innumerables veces sin detenerse nunca a revisar los objetos de la repisa). Se trata de una caja larga, rectangular, de madera opaca cuya única gaveta se abre sin dificultades. Me sorprenden el orden y la ausencia de polvo, pelusa o cualquier partícula que suele producir el papel en condiciones de encierro, a oscuras, cuando se le deja de recorrer con los dedos. Lo primero que hago es remitirme a la O en busca de Odio, segura de que ahí estará la copia de la foto que Magdalena le enseña a Marina, pero solo encuentro un papelito o ficha en que se lee: “sinónimos predilectos: inquina, tirria, saña, encono” y varios ejemplos de cómo poner en práctica ese sentimiento sin que se note o para que se confunda con una forma extrema de amabilidad que desarme al “prójimo” y lo anule; hay un apunte ingenioso acerca del odio a uno mismo, con una lista descriptiva de gestos denigratorios que pueden hacerse frente al espejo (como si fueran ejercicios). Me perturba la letra en la ficha: no corresponde a ninguno de los escritos en la carpeta de hojas sueltas de La novela inconclusa ni tampoco a la de Marina en su cuaderno y su diario; se asemeja a la de mi papá y a la mía en mi juventud, lo cual me conduce a misterios cronológicamente inverosímiles y a especulaciones desaconsejables en mi circunstancia actual, en la que cualquier sombra fuera de lugar, cualquier ruido sin origen claro —o una mácula sin antecedentes en la pantalla, el repentino bulto de una bolsa negra debajo de la escalera— le sustraen magnetismo a mi brújula y me obligan a perder el tiempo anotando del lado izquierdo del pizarrón que tengo en la cocina lo que existe, y del lado derecho, lo que no existe. Sé por experiencia que las visiones no requieren de mi voluntad para subsistir; están ahí, en plena evolución, y yo las observo a diario. Pero también sé que mi “treta teológica”, por llamarla de algún modo, me protege: no incurro en la fe salvo para mantenerla en el aire, una moneda que no cae porque el piso que he puesto y donde camino es una falacia admisible mientras yo no me declare a favor o en contra de alguna creencia y así mantenga a buen resguardo la incertidumbre. “Son certezas las grietas”, me ha dicho el doctor del estetoscopio dorado: “métase en una” y yo obedezco. Veo el filo. Busco imagen en la I del fichero. Una pareja muy joven se besa en una foto: podrían ser Marina y Manuel. Ella le sostiene la cara con las manos. Junto a una iglesia un hombre de pie limpia sus lentes con un pañuelo. Prefiero no comentar el ángulo de la luz.

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Tedi López Mills
  • Tedi López Mills
  • Ha publicado numerosos libros de poesía, además de cuatro volúmenes de prosa.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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