El 2009 nos había traído muchos retos. Y se sumó uno más: me notificaron que participaría en una misión encubierta. Eran las 3 de la tarde de un nublado día de julio. En su oficina, mi jefe me dio los pormenores de la operación: “Tendrá que emplear toda su astucia y audacia para infiltrarse en un local utilizado como fachada para la venta de tacos, tortas y refrescos, del que se cuenta con información de que es un punto de distribución de drogas”, dijo. También me comentó que había una mujer que trabajaba en la lonchería y que había que investigar qué tan involucrada estaba, y que el punto se encontraba a la orilla de la carretera federal México-Cuernavaca.
“Se cumple la orden, jefe”, contesté. Al día siguiente tomé el transporte público para hacer un reconocimiento de la zona donde se encontraba el comercio; estuve desde las 10 de la mañana y me fui ocho horas después. Durante todo ese tiempo observé la zona para familiarizarme, ver el movimiento y pensar cuál sería la mejor estrategia: vendería tacos de canasta.
En el segundo día de trabajo, llegué alrededor de las 12 del día con mi canasta de 100 deliciosos tacos, vestida con un pantalón de mezclilla, tenis, una playera y mi mandil. He de decir que tuve una buena venta. Para el tercer día, el dueño del local que era nuestro objetivo, se me acercó y preguntó qué era lo que vendía. “¿A cómo los da?”, a lo que le respondí que eran tres piezas por diez pesos. Me compró una orden mientras me preguntaba de dónde venía y la razón de por qué vendía en esa área. Prácticamente pasamos el resto del día platicando. El hombre medía poco más de un metro con sesenta centímetros, era moreno y algo gordo.
Al día siguiente me ofreció trabajar con él y acepté de inmediato. Para esos días había dejado de ir la trabajadora que sospechamos que podía estar involucrada, por lo que además de ser muy conveniente para la operación, quedó descartada.
Para el quinto día de la investigación y de mi emprendimiento como vendedora de tacos de canasta, comenzó mi trabajo en la lonchería, primero con la explicación del sistema de ventas de los alimentos. En los días siguientes, me di cuenta que mi patrón salía muy seguido en diferentes horarios, llevando consigo dos bolsas de papel.
Cada vez que él salía a entregar pedidos, yo buscaba indicios de droga. Cuando los encontré, les tomé fotos para mi reporte policial.
El sexto día, alrededor de las cuatro y media de la tarde, me di cuenta que se acercaban al local mis compañeros, vestidos de civil y en calidad de clientes. Les tomé la orden y comencé a preparar su pedido. Alcancé a notar que apenas podían contener las ganas de reír al verme en esa nueva faceta.
Tuve que esforzarme para no caer en la risa y delatarme. Afortunadamente, el dueño del lugar no se dio cuenta de que me conocían esos clientes que comieron con total calma. Al terminar y por supuesto, tras pagar la cuenta, procedieron a hacer la detención de “mi patrón”, quien se sorprendió y perdió cualquier capacidad de reaccionar.
“A ella no se la lleven, no tiene nada que ver, ¡el único que vende soy yo!”, dijo refiriéndose a mí, al mismo tiempo que terminaba de confirmar su participación en la venta de droga. La cara de mis compañeros era de incredulidad ante sus palabras, con lo que mi misión concluyó de manera doblemente exitosa.
Colaboración de la suboficial Alemán, División de Seguridad Regional.