En febrero del 2019 escribí en este mismo espacio, la preocupación sobre la desaparición del programa de estancias infantiles.
Recordaba el ejemplo de Ciudad Juárez, en donde las madres trabajadoras, vivían el reto de a quién confiar el cuidado de sus hijas e hijos durante la jornada laboral. Algunas optaban por familiares, la pareja o incluso por una llave que cerrara su vivienda.
En muchos casos, el padre o padrastro, desempleado por ser adicto a una sustancia ilícita o tener antecedentes penales, eran además de “cuidadores”, el modelo a seguir. Los maltratos y abusos de esa primera infancia eran la continuidad y el inicio de la violencia en las que se enrolaban las nuevas generaciones.
En las soluciones integrales contra de la violencia, se optó por las estancias infantiles, un esquema que de acuerdo al CONEVAL, el 96% de las madres trabajadores y padres solos, era un programa que brindaba atención y cuidado a sus hijos e hijas, con un impacto positivo en el desarrollo del lenguaje, habilidades sociales y desarrollo motriz. El 90% de las y los usuarios aseguraron que el programa mejoró su calidad de vida y la de sus hijos, al brindar la posibilidad de contar con un empleo, salud e ingreso.
Y de pronto, para el 2019, 330 mil niñas y niños de México se quedaron sin estancias infantiles. Tras varias semanas de incertidumbre, finalmente se destinó dinero directo a las familias beneficiarias para que decidieran si querían inscribirles a la estancia o gastar el dinero de algún otro modo.
Hoy la historia se repite con las escuelas de tiempo completo. De acuerdo a la información de sitios oficiales, actualizada por última vez en 2016, se trata de una modalidad educativa en la que participan (¿participaban?) 24 mil 250 escuelas, en beneficio de 3.6 millones de alumnos y alumnas. Su objetivo es optimizar el tiempo escolar para reforzar las competencias de lectura y escritura, matemáticas, arte y cultura, recreación y desarrollo físico, así como los procesos de inclusión y convivencia escolar.
El programa opera (¿operaba?) en 405 municipios, a la par de la Cruzada Nacional contra el Hambre y el Programa Nacional para la Prevención del Delito. Así, además del refuerzo educativo, se brindan alimentos nutritivos a las y los alumnos, con la participación de un comité de padres de familia.
¿Qué implica eliminar las escuelas de tiempo completo? Menor nutrición para niñas y niños, más preocupación para madres y padres de familia en relación a cómo acortar sus jornadas laborales, menor acompañamiento educativo y emocional, así como más propensión a ambientes de riesgo para las y los menores.
Hoy no se sabe si también se optará por dar dinero directo a las familias o si habrá otra alternativa. Pero el cambio, angustia.
¿Han sido efectivas las decisiones en cambios de políticas públicas anteriores? No lo sé, solo el tiempo lo dirá. Sin embargo, resulta contradictorio construir soluciones integrales a favor de la armonía y la paz social con más recursos a instituciones militares que a la infancia.
La pacificación nunca llegará con el uso de las armas, sino con la enseñanza de la sana convivencia, los valores y la paz desde el primer ambiente, mientras cada padre y madre de familia libra su propia batalla para mejorar las condiciones de vida de sus familias.
Nelson Mandela afirmó que así como la gente aprende a odiar, también se le puede enseñar a amar, porque el amor llega más naturalmente al corazón humano que lo contrario.
Para muchas niñas y niños, las estancias y escuelas son esos lugares en donde ocasiones reciben el abrazo y la atención que les es negada en casa. No lo perdamos de vista.
Sophia Huett