Política

Humanizar la fuerza: el mensaje de Francisco

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  • Humanizar la fuerza: el mensaje de Francisco
  • Sophia Huett

Hace algunos años me topé con una imagen que me conmovió. Decía: “Debemos amar a los policías, debemos cuidarlos, protegerlos, porque ellos son los ángeles guardianes que Dios nos envió.” Decía también que la frase era del Papa Francisco. Me emocioné. En un mundo donde las y los policías suelen cargar más juicios que abrazos, leer algo tan esperanzador fue como una caricia al alma. Quise compartirla. Pero al buscar la fuente, descubrí que la cita no existía. Había versiones similares con otras profesiones: a todas y todos nos gusta ser amados. Aun así, algo dentro de mí sabía que no estaba del todo equivocada. Porque el Papa Francisco sí habló —y habló distinto— de quienes cuidan a otros.

A diferencia de otros pontífices, el Papa Francisco eligió hablar de la función policial desde un lugar mucho más humano. No se enfocó solo en la institución, sino en las personas detrás del uniforme. Agradeció su presencia en las calles. Reconoció su soledad. Y les dio palabras que rara vez se les regalan en voz alta. Palabras que acarician el cansancio, que nombran lo que nadie dice: que también hay fe en quienes velan en silencio.

“Es necesario que haya quienes, frente al mal, no se queden mirando, sino que asuman la responsabilidad de intervenir, proteger a las víctimas y poner orden a los transgresores.”, dijo en alguno de sus mensajes.

No era un discurso para adornar actos públicos. Era un llamado. Un recordatorio de que la vocación también duele, que muchas veces no hay medallas ni titulares, pero sí conciencia y corazón. Y eso basta para seguir.

Francisco solía decir que muchos policías trabajan en silencio, sin aplausos, y sin embargo son la única presencia firme que tienen quienes más lo necesitan. En otro de sus discursos expresó que cuando los eventos de nuestra existencia y de la historia están lamentablemente cargados de dificultades y a veces son dramáticos, “estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, guía nuestro camino”. Y añadió que también el servicio policial puede ser un signo de esa cercanía de Dios a los hermanos y hermanas que cada día encuentran en su camino, y que esperan de ellos un gesto de cortesía y de acogida.

“Esta es una forma concreta de ser trabajadores de paz, artesanos de paz” y agregó: “¡Cuánta necesidad hay de personas que trabajen por la paz no con palabras bonitas, sino con los hechos, desarrollando con cuidado el propio deber al servicio del bien común!”.

Para él, el servicio no se medía en estadísticas, sino en humanidad. Y eso, viniendo del líder de millones, fue un acto de justicia simbólica para quienes casi nunca son reconocidos.

Otros papas, como Benedicto XVI o Juan Pablo II, también se dirigieron con respeto a las fuerzas del orden. Pero lo de Francisco fue distinto: él los miró con ternura. Les habló como quien entiende que sostener la paz puede dejar heridas. Y que muchas veces, ese trabajo no deja medallas, pero sí silencios pesados. Porque no todos los héroes tienen capa: algunos tienen cansancio en los hombros y firmeza en el alma.

Hoy, tras su partida, sus palabras resuenan con más fuerza. Porque no canonizó instituciones, pero sí humanizó funciones. Porque entendió que en medio del miedo, del juicio o del olvido, hay policías que caminan con rectitud. Y eso también es una forma de santidad cotidiana.

La voz del Papa Francisco sigue viva en quienes, sin reflectores, sin descanso, y muchas veces sin respaldo, se levantan cada día para proteger a los demás. Porque hay gestos que salvan, aunque nadie los vea. Y esa, sin duda, fue una de sus bendiciones más valientes.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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