La escalada de violencia en la Franja de Gaza y en el territorio palestino que mantiene en vilo al mundo y en peligro a cientos de miles de personas, no es nueva. Ahora, el mundo volteó a ver a Israel por la incursión de algunos palestinos del grupo Hamás, algo inesperado, inusual y pocas veces realizado, pero la historia ha girado en otro sentido, casi siempre.
En 1947, un voto del parlamento de los hombres decidió fijar la suerte de una pequeña franja de territorio situada en la margen oriental del Mediterráneo. Y ahí empezó lo peor para esa zona, ya de por sí devastada y ya de por sí en conflicto. Dicen Dominique Lapierre y Larry Collins en su libro Oh, Jerusalén, que el mapa “… de aquella repartición era una mezcla de compromisos soportables y de monstruosidades inaceptables”.
El plan retiraba a los judíos y a los árabes el control de Jerusalén, epicentro de la vida política, económica y religiosa de la zona desde los tiempos bíblicos. Dicho de otra manera, los llamados “Lugares Santos” por los cuales se han matado palestinos y judíos durante miles de años se convirtieron en territorio reservado en el que ni unos ni otros, ni palestinos ni judíos, tenían derecho. Esta situación fue dolorosa para ambas naciones.
Jerusalén es la ciudad sagrada para las tres grandes religiones monoteístas: el cristianismo, el islam y el judaísmo. En orden cronológico, el judaísmo llegó primero y después las otras dos. En Jerusalén, en 1947, Isaac Sadeh (comandante de la Haganá -organización paramilitar de autodefensas judías-), estaba reunido con un grupo militar de élite integrado por jóvenes israelíes que integraban el Palmaj, aseguró: “Si la votación es positiva, los árabes nos harán la guerra. Y su guerra costará cinco mil vidas humanas. Y si es negativa, nosotros seremos los que haremos la guerra a los árabes”.
Ben Gurión, primer ministro de Israel, en 1947 aseguró: “La decisión de las Naciones Unidas no constituye, en sí, un escudo contra los peligros que nos amenazan aún. Si la era de los milagros no ha terminado, tampoco ha concluido la de las agresiones. No nos engañemos creyendo que todas nuestras dificultades han desaparecido y que la vida estará hecha desde ahora sólo de alegrías y festividades”.
Después de la creación del Estado de Israel en 1948, las incursiones de ambos bandos han dejado cientos de miles de muertos. Una guerra tras otra, una incursión tras otra, una escalada de violencia tras otra, han llevado a esa zona a un conflicto permanente y hasta inevitable.
A 75 años de esos acontecimientos, las cosas parecen ir de mal en peor, las víctimas mortales siguen siendo civiles y las violaciones a todos los principios universales para la paz se han convertido en la constante de este conflicto. No parece haber una salida pacífica o un acuerdo para el cese al fuego en el corto plazo y, por el contrario, la paz se ve más lejana e imposible en el cortísimo plazo.
Quizá las palabras de Ben Gurión pronunciadas en 1947 adquirieron niveles proféticos y, la tierra tan prometida como ansiada, apenas si llegó con un suspiro de libertad para los judíos y de despojo para los palestinos.