Política

La República del rencor

Hay muchas razones para el descontento de los mexicanos, por más que la inconformidad se haya convertido en una suerte de epidemia mundial y que brote en territorios donde la vida pareciera (o debiera) ser bastante disfrutable.

Fuimos, en su momento, el segundo país más extenso de todo el planeta y no había razón alguna, en principio, para que la nación que acababa de conquistar su soberanía —pletórica de recursos y territorios— no se convirtiera en una gran potencia.

Pero, justamente, en lugar de edificar una sociedad armónica y solidaria, los antiguos súbditos de la Corona de Castilla no tuvieron mejor propósito que comenzar a enfrentarse entre ellos y a combatirse sin tregua durante decenios enteros.

Tuvimos, encima, una clase gobernante de tan baja estofa que se perdió ni más ni menos que la mitad del territorio nacional y el caudillismo fue, las más de las veces, la marca de la casa en lugar de que los liberales ilustrados estuvieran al mando.

El advenimiento de una luminosa nación independiente no llevó al surgimiento de un pueblo soberano y emancipado. Y, así sea que la mentada Revolución, un episodio absolutamente devastador, figure como una gesta histórica obligadamente gloriosa, el hecho es que México, hoy día, sigue siendo un país profundamente desigual, poblado por millones de compatriotas pobres, muchos de los cuales, para poder meramente labrarse un futuro menos desesperanzador, han emigrado al vecino país del norte, supremo templo del capitalismo.

El escribidor de estas líneas ignora en qué momento de nuestra historia patria comenzó a consolidarse la cultura nacional del resentimiento, alentada en las aulas escolares y apuntalada en el estremecedor relato de un pueblo conquistado que, a estas alturas todavía, no olvida ni perdona o, en todo caso, exige las debidas reparaciones, por lo menos de palabra.

Y, desde luego, el victimismo es otro de los virus que recorren nuestras comarcas, para que no queden sin registro las injusticias y los abusos primigenios y, a partir de ahí, para reclamar los correspondientes resarcimientos. Uno de los pueblos más hacendosos del planeta —y vaya que los mexicanos trabajan— es, paradójicamente, uno de los más suplicantes de dádivas.

Un régimen político puede, justamente, sacar provecho de los rasgos de personalidad de los pueblos, ya sea para conducir a toda una nación hacia la modernidad y el progreso o, en otros casos, para ejercer meramente el poder en beneficio propio. Los gobiernos pueden también promover ciertos valores o explotar, por el contrario, los más oscuros sentimientos de una colectividad.

Estamos viviendo, aquí y ahora, en la que podríamos llamar la República del rencor. Los adalides de la 4T se han dedicado a reciclar los antiguos ultrajes y los han vuelto moneda de cambio para agenciarse los favores de quienes se sienten los damnificados de siempre. Son reales las injusticias, desde luego. Pero, enfrentados y divididos los mexicanos, no vivimos en un mundo mejor. Y, en el pasado, el resentimiento tampoco nos llevó a construir una patria más generosa. El divisionismo no es otra cosa que destrucción.

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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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