Los partidarios de doña 4T no se inquietan demasiado de que la presidenta electa pueda tomar rumbos extraños y desviarse de la ruta trazada por su primerísimo valedor. La imaginan, o la suponen, suprema y perpetua sacerdotisa de la causa morenista.
Los ciudadanos descontentos con el actual estado de cosas, por el contrario, se preguntan si la futura mandataria seguirá siendo una copia al carbón de López Obrador, algo que les preocupa y angustia grandemente, o si, siguiendo los pasos de sus antecesores en el cargo —o, más bien, de todos aquellos que, de pronto, se han encontrado investidos de un enorme poder terrenal y que, mirándose en el espejo, han decidido ejercerlo sin rendir cuentas y sin agradecimiento alguno a nadie— su primerísima acción sería, justamente, la de ir alegre y despreocupadamente a su aire.
En lo que toca a los tiempos del presidencialismo imperial que había instaurado el antiguo PRI, la traición estaba a la orden del día. No los mandaban matar —los recién llegados a sus predecesores, o sea— pero, qué caray, en el momento mismo en que se apoltronaban en la silla presidencial les mandaban decir que debían afincarse en tierras lejanas, los ignoraban olímpicamente o comenzaban a hurgar en las podredumbres de su parentela.
Es algo de lo más humano, con el permiso de ustedes, lo de proclamar la imperial autoridad de uno y lo de hacérselo saber a los demás, así sea que las potestades recién adquiridas le sean debidas a un común mortal que, en esas nuevas circunstancias, no ha tenido más remedio que retirarse a sus habitaciones.
El tema, ahora, es ver si se reproduce este cruel patrón de desagradecimiento o si la heredera, cuando se encuentre ejerciendo plenamente sus funciones, sigue siendo un fiel apóstol de su dilecto mentor.
El simple hecho de sugerir que el plan maestro de la inminente transformación pudiere descarrilarse porque la encumbrada misionera salió respondona, resulta, en estos momentos, bastante incómodo, aparte de contraproducente, en tanto que lleva a despertar sospechas en las alturas y posibles represalias anticipadas.
Pero, los opositores, a diferencia de los oficialistas apegados a sus certezas, sí se plantean que hay un enigma por ahí.