El rechazo a Donald Trump es casi universal: de entrada, a millones de personas les espanta la zafiedad del personaje. Pero no sólo eso: el tipo es tan descomunalmente egocéntrico y tan comprobadamente mentiroso que uno se pregunta en qué momento se llegó siquiera a plantear la comparación con Hillary Clinton en el tema de la honestidad. Pues, miren ustedes, en algunas encuestas realizadas en los Estados Unidos resultó que muchos ciudadanos lo consideran un sujeto más creíble y confiable que la candidata del Partido Republicano. Uno se pregunta: ¿en qué mundo vive esa gente? ¿Comparten el mismo planeta que nosotros? ¿Habitan acaso universo paralelo, con valores diferentes y apreciaciones radicalmente opuestas de las cosas? ¿No han visto lo que nosotros hemos visto y escuchado lo mismo que hemos escuchado? ¿El comportamiento de The Donald no les ha parecido totalmente disuasorio en lo referente a la más tibia y remota intención que pudieran haber tenido, en algún momento, de otorgarle su voto? ¿No les han bastado las escenas donde remeda burlonamente a un discapacitado, ni los comentarios que hizo sobre John McCain —“No es un héroe de guerra. Se le considera una héroe porque fue capturado. Yo prefiero a quienes no han sido capturados” (tómate esa, Jesucristo: no sólo te capturaron sino que te supliciaron hasta la muerte en una cruz)—, ni las soeces baladronadas donde reconoce haber podido abusar de muchas mujeres porque “es una estrella”, ni sus desplantes, ni sus constantes falsedades? ¿No es peligrosísimo un tipo que ha declarado que pudiera llegar a utilizar las armas nucleares?
Pues, no. Nada de lo anterior parece haber sido registrado o advertido por millones de seguidores suyos. Y, después de todo, el hombre ya fue elegido como candidato a la presidencia de la nación más poderosa del mundo, ya compitió, ya les arrebató la nominación a sus adversarios y ya está ahí, a las puertas de obtener, en un giro sorpresivo y que nadie quiere anticipar, las llaves de la Casa Blanca. Es decir, ha habido condiciones propicias para que parecido bufón se encuentre, lo repito, donde ya se encuentra (lo cual, en sí mismo, es un logro mayor, así de asombrosa, increíble, sorprendente, inexplicable e incomprensible como pueda parecer esta realidad).
Tenemos, luego entonces, que indagar sobre la naturaleza misma de esos simpatizantes y comenzar a analizar este fenómeno como parte de un movimiento social. Porque, es innegable que algo que está ocurriendo ahora mismo en nuestro vecino país: descubrimos, de pronto, que pudiera albergar en sus entrañas el deletéreo germen de la barbarie intolerante, por más que sus instituciones democráticas parezcan estar consolidadas y que se suponga que su proceso civilizatorio ha alcanzado cotas irreversibles. El simple hecho de que los seguidores de Trump bramen “¡enciérrenla, enciérrenla!” (a Hillary) en los mítines es en sí lo suficientemente estremecedor como para encender todas las señales de alarma. Pero lo más intrigante, sobre todo, es que se dejen llevar por un histrión megalómano que en todo momento refiere las cosas a su propia persona y que se presenta sin ambages como el centro del universo. ¿Cómo es que un ególatra pudiera dar respuesta y satisfacer las necesidades de la gente común y corriente, precisamente la que en momento alguno ha estado en su mira, la que nunca le ha interesado y a la que, encima, ha estafado y engañado cuando ha podido? ¿Por qué les resulta tan fascinante a las masas la figura del egoísta egocéntrico?
Alguna oscura y muy primitiva necesidad satisface este hombre para ser capaz de conquistar al populacho sin que se le pidan cuentas por haber construido sus torres con acero chino tramposamente abaratado y por contratar a los mismísimos obreros hispanos que pretende expulsar luego de su país. Pero, bueno, que con su pan se lo coman, si así lo quieren. El problema es que Trump no es sólo la epidemia doméstica que estamos viendo sino que podría desatar una hecatombe planetaria. Una catástrofe que nos va a afectar, sobre todo, a los mexicanos. Esperemos el desenlace con los dedos cruzados, señoras y señores.
P.S. Se entiende que en el universo de los conservadores lunáticos del Midwest repudien a Hillary. Pero aquí, en estos pagos, ¿tenemos nosotros también que gruñir que es una mala candidata? ¿Me pueden decir por qué es mala? Es una mujer brillantísima, incansable trabajadora, y está absolutamente preparada para ser una gran presidenta de los Estados Unidos. Si el mundo no estuviera al revés, debería de estarle sacando 30 o 40 puntos de ventaja al payaso calumniador. Pues eso.
revueltas@mac.com