El próximo jueves se cumplirán 207 años de la muerte de José María Morelos y Pavón, nombrado generalísimo en el Congreso de Apatzingán; Morelos fue el insurgente a quien Hidalgo, su maestro, en 1810 le encargó la lucha en el sur de la Nueva España; fue el primero en comprender el movimiento en su conjunto, su objetivo y propósito gracias a la visión de estadista que poseía además de su genio militar.
El 29 de septiembre de 1815 movilizó las tropas que resguardaban al Congreso y el Tribunal Superior, de Uruapan a Tehuacán, al tiempo que motivaba la armonía entre los insurgentes Rozainz, Guerrero y Victoria.
Tenían que recorrer 650 kilómetros en un territorio plagado de realistas, con un contingente militar pequeño, sin medios de trasporte, e ideando tretas para engañar sobre la ruta a seguir.
En Huetamo se sumó Bravo, ahora eran mil elementos, solo la mitad armados con fusiles. Ordenó a Bravo ir por otra ruta y custodiar al Congreso, mientras él distraía a los atacantes que fueron cerrando el circulo en torno a su escolta.
Morelos al verse rodeado bajó de su caballo y se internó en la maleza, pero fue finalmente atrapado no sin blandir y usar su sable contra el enemigo.
Su fama era enorme, héroe de Cuautla, acción que mereció que Napoleón expresara que con tres generales como Morelos conquistaría fácilmente Europa; victorioso en Tixtla, Orizaba, Acapulco y Oaxaca, su aprehensión representó para el virrey un gran triunfo y anticipar el final de la guerra.
Con los pies encadenados y en un carruaje mísero, el 22 de noviembre fue trasportado y recluido en la cárcel secreta de la Inquisición; le seguirían un doble juicio, el eclesiástico y el militar, viles simulacros porque el virrey había ordenado ya su ejecución al considerarlo traidor al rey y a Dios, se le imputaron 23 acusaciones.
Encarcelado en la Ciudadela, se solicitó se le fusilera, se cercenara su cabeza y se exhibiera; el virrey sentenció su fusilamiento, sin mutilación ni exhibición; fue trasladado a San Cristóbal Ecatepec; a las 3 de la tarde del 22 de diciembre, fue conducido de su celda al paredón; luego de su confesión al padre Salazar, solicitó un crucifijo y él mismo se vendó los ojos, de rodillas recibió cinco descargas, porque se resistía a morir; fue la última batalla del más extraordinario insurgente, el de: Los Sentimientos de la Nación.