Tres cosas sucedieron ayer. Una, la embajadora de México en Washington, Martha Bárcena, anunció en Twitter su retiro anticipado luego de más de cuatro décadas en el servicio exterior: “En consulta con el Presidente @lopezobrador_ he tomado la decisión de jubilarme de manera anticipada. Nadie más intervino ni tuvo opinión ni influencia sobre esta decisión personal”.
Es curiosa la última anotación, sobre todo porque fue Bárcena quien, aunque nunca de manera pública, más exhortó al presidente López Obrador a reconocer el triunfo de Biden. La embajadora, por abajo de la mesa, trató lo mejor que pudo de mantener vivos los canales de comunicación amistosos con los extrañados demócratas, mientras que el canciller Ebrard, por instrucciones explícitas de AMLO y a contrapelo de los gobiernos democráticos y civilizados del mundo, le daba coba a los avances fascistas de los republicanos. Como resultado, el México de López Obrador ha quedado para la historia al lado del autoritarismo oscurantista de Kim Jong Un, Jair Bolsonaro y Vladimir Putin.
La segunda: a lo largo del lunes, Nevada, Arizona, Georgia, Pennsylvania, Wisconsin y Michigan, todos estados donde la elección fue impugnada, le fueron dando uno a uno el triunfo a Biden. Pero no fue hasta las cinco de la tarde, hora de México, cuando llegaron a su fin los fársicos intentos de Trump de subvertir unos comicios perfectamente legítimos —el alud de demandas legales fustigadas por los jueces por sus faltas de ortografía, el señalamiento de irregularidades sin pruebas, en condados inexistentes, sustentadas en testigos ebrios y faltos de toda credibilidad, con Giuliani, el abogado en jefe, corriéndole tinta sudorosa por las mejillas y organizando una magna conferencia de prensa entre una funeraria y una tienda porno, entre otras perlas— al empujar los 55 electores de California a Biden por encima de los 270 votos necesarios para declararlo ganador. A pesar del sonido y la furia desde la Casa Blanca, sin excepción alguna, el colegio electoral se pronunció en el sentido del voto popular de cada estado.
La tercera: minutos después de lo anterior, Trump lanzó un tweet despidiendo a su fiscal general y hasta entonces sicofante de cabecera, William Barr, cuyo pecado fue no haber avalado la mitología del fraude. Barr fue quien, recordemos, citando la diplomacia por encima de los esfuerzos anticorrupción, le ordenó a la corte Este de Nueva York desechar los cargos contra el general Cienfuegos y regresarlo a México, ganándose el aplauso del aliviado gobierno castrense de López Obrador y el encono del FBI, de la DEA y de la corte Este de Nueva York, mismos que llevaban más de una década investigando los contactos con el narco del militar en particular y del Ejército en general.
Por último, un chiste: el segundo de Jeff Rosen, quien quedará de interino en el Departamento de Justicia a la salida de Barr, es nada menos que Richard Donoghue, hasta este pasado septiembre fiscal titular de la corte Este de Nueva York y el cazador en jefe de los máximos capos mexicanos —empezando por el Chapo—, quien por ende conoce al dedo los pormenores del caso Cienfuegos.
Vaya vueltas que da la vida.
@robertayque