Política

El álbum

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Cada quien recuerda de una forma diferente, ése es el rasgo único de la memoria. Me he descubierto pegando estampas en el álbum Panini del Mundial de Qatar 2022. Cortázar decía que siempre tenemos diez años. Un día mis hijos recordarán esta escena como les dé su gana, incluso la traerán del pasado desmintiendo a la realidad.

Pongo aquí el día en que mi padre me regaló el álbum del Mundial de México 70. Recibí aquel libro de la Copa del Mundo y lo agradecí, sin saber que me revelaría más cosas de la vida que del futbol.

La estampa de Brasil era dificilísima, pero yo la tuve desde el principio. En un golpe de suerte, una mañana abrí un sobre y ahí estaba, la selección verde amarela en plenitud: Félix; Carlos Alberto, Brito, Piazza y Everaldo; Clodoaldo, Gerson y Rivelino; Jairzinho, Tostao y Pelé. El equipo de ensueño. Fui la envidia de la cuadra donde vivía, cerca del Parque España, en la colonia Condesa. La vanidad pierde a los mejores hombres. En lugar de pegarla en el álbum presumí durante días la estampa con mis amigos. No tendría caso mentir ahora. Desde muy temprano tuve la imagen de Brasil y la perdí por jactancioso.

En casa aún se hablaba del accidente aéreo en el que murieron Carlos Madrazo y el tenista Rafael Osuna. Mi padre murió convencido de que había sido un atentado, una conspiración para eliminar a Madrazo de la contienda política. Recuerdo su voz persuadida de que algo grave pasaba en México:

—Esto no tiene precedente, esto es una hecatombe.

Meses antes del Mundial habían estallado cinco bombas en distintos lugares de la ciudad. En la casa se habló por primera vez de la guerrilla.

Al final acudí a Enrique, el bolero del Parque España que daba bola afuera de la iglesia de la Coronación. En esa iglesia se casaron mis padres. Subí el pie al cajón y le dije de inmediato:

—Busco la estampa de Brasil.

—La tengo —me dijo Enrique—, allá adentro entre mis repetidas, güero, vamos.

Al bolero Enrique el sacerdote de la iglesia le prestaba un pequeño cuarto de servicio donde guardaba el cajón de las boleadas y se decía que abusaba de adolescentes a los que ofrecía algo de dinero, alcohol, cigarros. Lo pensé dos veces mientras mis zapatos negros brillaban bajo el sol de mis trece años.

No fui al cuarto del bolero. Soy desconfiado.

Rafael Perez Gay

rafael.perezgay@milenio.com

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