Perogrullada: casi todo el cine está prefigurado en Hitchcock. Incluidas las buenas y malas prácticas para filmar teatro.
Su abordaje experimental del problema es La soga (1948, basada en la obra de Patrick Hamilton), cuya acción, que guarda devoción a la unidad espacio temporal, le permite un ejercicio osado –filmar la acción en un solo plano secuencia– que deslumbra por su pericia técnica pero tiene más de gimmick que de solvencia narrativa. Su intento fallido es Con M de Muerte (1954, basada en la de Frederick Knott): en ella sucumbe a la tentación de sacar la acción del emplazamiento único que le es propio, pierde tiempo y ritmo en secuencias gratuitas. La que es lección de cine es Lifeboat (1944), que no parte de un texto teatral pero lo parece, dado que transcurre toda en un bote salvavidas; en ella, Hitchcock cuenta una historia de intriga, traición, amor y redención en unos pocos metros cuadrados; no necesita más: tiene una cámara y una moviola, hace cine.
La pandemia nos ha obligado a repensarlo todo, también el cine; pocos han estado a la altura del reto
Las tres han rondado mi cabeza por causa de la pandemia, y no porque lleve yo mal el confinamiento sino porque el cine lo lleva mal. En unos días contenderán por varios Oscar cuatro cintas basadas en obras de teatro: One Night In Miami, Ma Rainey’s Black Bottom, The Father y Pieces of a Woman. Las dos primeras –a las que merecidamente fueron negadas nominaciones a película y director– lo hacen mal: verbosas y farragosas, pajarean por las calles en un intento fallido por ocultar su origen. La tercera trata de aprovechar el lenguaje cinematográfico para explorar su premisa –los planos alternos de realidad que vive un enfermo de Alzheimer– pero se queda en buen intento. La última es una obra maestra que aprovecha todas las lecciones hitchcockianas –incluido el larguísimo plano secuencia– para reconcebir su trama íntima y claustrofóbica como una determinada también por el espacio.
La pandemia nos ha obligado a repensarlo todo, también el cine. Pocos han estado a la altura del reto. El húngaro Kornél Mundruczó, director de Pieces of a Woman, parece haberlo logrado. Será fascinante ver qué (y cómo) nos cuenta su mirada en años futuros.
Nicolás Alvarado
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