Alemania es el noveno país menos corrupto del mundo: lo dijo en 2019 el Índice Mundial de Percepción de la Corrupción publicado por Transparencia Internacional, que le otorga una calificación de 80, ex aequo con Luxemburgo. También es el sexto país más afectado por el coronavirus, con 5 mil 813 casos y 12 muertos reportados. En cuanto al resto de los que forman parte del preocupante top ten epidemiológico, otros seis –Suiza, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, España y Corea del Sur– lo acompañan entre los 50 menos corruptos de mundo. Al mismo tiempo, en los tres países reportados como los más corruptos del mundo –Siria, Sudán del Sur y Somalia– no ha sido reportado todavía el primer caso de coronavirus. Única conclusión posible: no hay causalidad alguna entre el combate a la corrupción –y ni siquiera entre la prosperidad– y el coronavirus.
Sin embargo, el Presidente de México –país que sigue en la parte baja del Índice de Percepción de la Corrupción, al ocupar en 2019 el sitio 130, empatado con una calificación de 29 con cuatro países africanos y tres del sudeste asiático– afirma que “no nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias… porque no hay corrupción, el presupuesto rinde y alcanza”. He aquí otra de las instancias en que Andrés Manuel López Obrador desafía a ese más acérrimo de sus enemigos: la realidad.
Para el presidente mexicano, los movimientos feministas no son legítimos sino una conspiración conservadora, la recesión en que ha entrado el país se opone a sus “otros datos: hay bienestar” y los abrazos y besos presidenciales están previamente esterilizados por obra y gracia de la República del Amor. El origen del fenómeno es claro, y puede ser rastreado a su costumbre de dar una conferencia de prensa todas las mañanas desde que era jefe de Gobierno de la capital: López Obrador se niega a asumir una agenda que no defina él mismo. No la de la oposición. No la de las feministas. No la de la economía. No la de la naturaleza.
Y si la realidad lo contradice, peor para la realidad. (Lástima que México, hasta donde sabemos, esté condenado por siempre a seguir siendo parte de la realidad.)