Pobre Gil, se le cae la cara de vergüenza. En su entrega de ayer, mientras escribía y corregía sobre la red de corrupción del huachicol fiscal, al terminar su gacetilla quitó un párrafo de aquí y lo puso allá, que porque mejoraba la exposición. Anjá. Resultado: los dos párrafos quedaron impresos en una inaudita repetición. Al rincón con orejas de burro. Es que deveras.
Gilga insiste, la vida política mexicana se ha convertido en una novela de Sciascia: poder oscuro, delaciones, suicidios, ejecuciones, traiciones. Gamés recuerda que el fin de la corrupción en las aduanas y puertos de México no llegó con la presencia militar. La estrategia del ex presidente Liópez, que cedió a la Secretaría de Marina el control y la administración de estos espacios estratégicos, buscaba blindarlos frente a las redes del crimen organizado.
El descubrimiento de una red de huachicol fiscal, en la que participó el vicealmirante Manuel Roberto Farías Laguna, evidenció que la corrupción infiltró a los mandos encargados de combatirla. Esto lo leyó Gil en su Portal Animal Político en un reportaje bien afianzado de Andro Aguilar.
“Enclaves”, les decía Liópez
De que son aceites, mi capitán. Pásele con sus aceites, faltaba más. “El descubrimiento de la red de tráfico ilegal de combustible, que ha dejado 14 personas detenidas, entre ellas seis miembros activos y un ex integrante de la Marina, impactó en la corporación de seguridad con mayor confianza entre la población mexicana”. Una reputación legendaria se ha desmoronado, o al menos una parte de ella. Militarizar no es eliminar la corrupción, con la pena.
Aquí la pequeña historia que recoge Andro Aguilar: en 2020, el entonces presidente Liópez anunció, durante una visita a Colima, que el control de puertos y aduanas pasaría a las fuerzas armadas. El argumento fue frenar la colusión de funcionarios con grupos criminales en esos puntos, a los que calificó como “enclaves de corrupción”. El territorio, intocable, siguió entregado al huachicol. Seis meses después, en otra visita a ese puerto, subrayó que una de las razones de su decisión eran las presiones de la delincuencia organizada a funcionarios públicos que los colocaban bajo el dilema de “plata o plomo”, principalmente para la entrada de sustancias ilícitas. Plata y plata, cavila Gilga.
Aquellas mentiras: “También se está llevando a cabo esta transformación, este cambio, para que se combata la corrupción que imperaba en los puertos (…) Ahora lo que se está aplicando es una política de cero corrupción, cero impunidad, de cero influyentismo. Recuperar los puertos, que estaban en manos de intereses particulares”. Mju, sí. Y bla-bla-bla.
Y la realidad se impuso, aún cuando Liópez pretendía crear una alterna: cuatro años después, uno de los más grandes operativos contra el ingreso ilegal de combustible a México reveló que la vinculación de funcionarios con actividades criminales sigue presente, ahora con la participación directa de mandos de la Secretaría de la Marina. Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, afirma que las investigaciones continúan.
Un asesinato y un posible suicidio
Gil dijo un aforismo: esto es un mugrero. El 8 de noviembre de 2024 fue asesinado el contralmirante Fernando Rubén Guerrero Alcántar, en Manzanillo, Colima. Su muerte está relacionada con las denuncias que había realizado en torno a operaciones de corrupción en puertos y aduanas. Luego, el lunes 8 de septiembre, las autoridades encontraron sin vida al capitán de la Marina Abraham Jeremías Pérez Ramírez, quien estaba al frente de la Unidad de Protección Portuaria de Altamira y presuntamente también formó parte de la red de tráfico de combustible. Las autoridades informaron que detrás de las detenciones hay medio año de investigaciones en las que identificaron el uso de documentación falsa y la colusión de empresas de transporte, agencias aduanales y servidores públicos para ingresar combustible de manera ilegal al país.
Próximo pasado
El domingo próximo pasado (Gil siempre quiso escribir “próximo pasado”), García Harfuch inició su mensaje ante medios de comunicación con la exaltación del desempeño de la corporación y del almirante Rafael Ojeda, quien estuvo al frente de la Marina en el sexenio anterior. Pues que así sea, también habrían podido felicitar a la Semar por la actuación de algunos de sus integrantes: “El actuar aislado de unos cuantos no representa el actuar de esta honorable institución”. Desde luego que no, Gilga no va meterse en camisas de doce varas.
Todo es muy raro, caracho, como diría Montesquieu: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”.
Gil s’en va