Sociedad

Princesa Garza

  • Criando Consciencia
  • Princesa Garza
  • Nadja Alicia Milena Ramírez Muñoz

Hace casi seis años nació Amanda.

En un baño descascarado, sin azulejo y con luz amarilla nació al mundo, después de dos horas de dolores y de partirme el cuerpo, una niña, con el cordón enredado y la vida latiendo en todas partes.

Ese día no estuvimos solas. 

Estaba mi mejor amiga, la guardiana de mi parto y mi placenta, quien me trajo a la vida con miel y palabras llenas de fortaleza cuando me desvanecí con la niña en brazos.

Estaba también la doctora a la que no sé cómo, convencí de atenderme en casa, aunque casi le cuesta la licencia. 

El pediatra que ha atendido a todos mis hijos desde hace casi once años estaba también, aguardando en su vehículo fuera de mi diminuto departamento.

Estaba también el padre de la niña. 

Con todos mis sentimientos encontrados en torno a su presencia, demostró después haberse ganado el lugar y, por supuesto, estaban como han estado siempre, mis dos pequeños más grandes, quienes emocionados presenciaron el milagro del nacimiento y el poder de su madre en trance.

Parir es ser loba, es salir al bosque, es sangrar hacia la tierra, sembrarle al mundo otro cúmulo de posibilidades. 

Parturienta es la mujer en su estado más animal, más salvaje, más lógico.

Recuerdo las luces amarillas que tanto asocio a la pobreza, rodearme y devorarme mientras con un último grito y un último salto de fe, la cabeza de la Dignidad bajó y pude asirla en mis brazos.

Recuerdo la fruta, la sopa de fideos, la sensación de que nada importaba más que las cabezas que sostenían mis manos y la que sostenía mi seno, mientras todo realmente era sumamente incierto.

Este fue el embarazo más desafiante que he tenido y también el parto más poderoso.

Lloré embarazada porque tenía antojo de lluvia, me lancé sin dinero a mi tierra y fui recibida sin afecto ni interés. 

Tuve crisis de pánico en la calle, en casa, sola (más bien abandonada), durante horas enteras; pensé en suicidarme más de una vez, sentía en el cuerpo la necesidad de saltar del puente, del balcón, de acabar con todo. 

Mi esposo me abandonó el día de mi cumpleaños, con cinco meses de embarazo, anémica y deprimida.

Pero también conocí el amor de las mujeres, de aquellas que me llevaron despensas, conservas, me adelantaron algún pago, colectaron dinero para mi bienestar o me cuidaron a los niños, me regalaron sus servicios, me acompañaron en mi parto, me llenaron de ropita de bebé y por fin, aunque mi madre me haya dicho con claridad y con palabras que ella “nunca quiso ser madre, menos ser abuela”, por fin sucedió aquello que añoraba desde niña: no tuve espacio para sentirme sola porque la Princesa Garza llegaba con todo un séquito de mujeres que se ocupaban de sostener y celebrar su vida y sostener y celebrar la vida de su madre.

Aprendí la gratitud, gracias a ti, mi niña y te deseo en este sexto transitar del sol en tu vida que tengas siempre aquello que yo conocí gracias a tu nacimiento: el amor de las mujeres.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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