“Mira, hija, yo también lo hice".
Yo también di leche. La que pude, como pude, el tiempo que pude. Del tipo que pude.
Estaba sola. Estaba triste. Estaba desconectada. Y no tenía para comprar una lata pero de igual forma compré una lata.
Estar en disposición total de un bebé (que no quería pero me obligaron con engaños a tener)
No tener para mí misma un centímetro de piel.
No tener para mí misma un solo centavo. Un vestido, una esperanza, unos zapatos, una rendija de bienestar.
No.
Era mejor sufrir cada ciertos días para comprar la lata que hundirme cada vez que su boquita me buscaba para succionarne. Y sentirme desaparecer en la disposición absoluta que nunca quise tener que ofrecer.
Mientras, la violencia, la culpa, la rueda girando. La vergüenza. Los "y si hubiera". La soledad.
Detrás mío, siempre ensombreciendo, lo que debió ser distinto, si estábamos solas las dos.
O si no estábamos.
Si tuviera un poco de amor, un poco de dinero y no tuviera que trabajar aquí y allá para no tener que dormir en la calle...
Si me sintiera un poco menos sola.
Me dices:
"Mira hija, yo también lo hice"
.
Lo sé. Sobreviviste. Lo hiciste todo lo mejor que pudiste y no pudo ser mejor que esto.
Porque de ti, nosotros mamamos más que leche unos cuantos meses.
Tú sembraste.
Por tí, por mí, por ellos. Y a ti te debemos mucho más que la leche.
A ti, que sembrabas tiempo en los hoyuelos de tus hijos.
Zanahorias rayadas antes de la comida.
Fideos con tomate que escondían el miedo a morir de hambre y otras carencias.
A ti, que sembraste cuentos, libros, Pitacios, sandwiches de mermelada, Tang de sabores y momentos, en los corazones de tus pequeños que irremediablemente necesitarían más de lo que podías darles.
A ti, madre; de ti, madre; agradezco la siembra, agradezco la leche que de tus pechos o de lata te costó heridas poder darnos...
cambiando ése último dólar de la suerte que te quedaba en el monedero, compraste una lata de leche porque era lo único que podías hacer para mantenerte humana, firme, mientras la tormenta pasaba.
Y pasó.
Este texto es un regalo para las madres en el marco de la Semana Mundial de la Lactancia Materna. A través de este texto visibilizo otras heridas, que hacen que las madres no puedan lactar.
La soledad y la falta de maternaje durante el puerperio, la maternidad no deseada o no consciente, la pobreza, todos son factores determinantes en la lactancia y, como sociedad, hay que reconocerlos.