En los últimos días, Hidalgo ha sido golpeado por una fuerza que no entiende de fronteras ni de preparativos: la naturaleza en su estado más impredecible. Lluvias torrenciales, deslaves, caminos sepultados, comunidades incomunicadas y, lo más doloroso, vidas perdidas. Dieciséis personas fallecidas, 17 aún sin localizar, miles de familias desplazadas, hogares destruidos y un campo devastado. Son cifras que duelen, pero detrás de cada número hay rostros, historias y esperanzas suspendidas en el barro.
Ante esta tragedia, lo que más conmueve no es solo la magnitud del desastre, sino la forma en que Hidalgo responde. No con resignación, sino con coraje solidaridad es la palabra clave entre quienes se han sumado para colaborar con lo que pueden para los que menos tienen o lo peor lo perdieron todo.
Al mismo tiempo, los gobiernos estatal y federal movilizaron recursos con una urgencia que, en otras circunstancias, parecería inusual. Traslados aéreos para niños enfermos, brigadas del Ejército y la Marina en zonas de alto riesgo, maquinaria pesada abriendo caminos, la ayuda llega a las comunidades, el riesgo persiste y tienen razón. Pero también es cierto hay una coordinación visible entre niveles de gobierno, fuerzas armadas y sociedad civil.
El gobernador Julio Menchaca ha estado en el terreno, escuchando, prometiendo que “no están solos”. Y aunque las palabras se desgastan rápido en tiempos de crisis, las acciones como helicópteros, refugios, 500 millones de pesos destinados a la emergencia dan un poco de oxígeno a los cientos de afectados.
Pero más allá de la logística, lo que define a Hidalgo en este momento es su gente. Los campesinos que ven sus cultivos bajo el agua pero siguen de pie. Las madres que caminan kilómetros con sus hijos en brazos buscando ayuda. Los vecinos que comparten su último plato de comida. Esa es la verdadera infraestructura del estado: no el concreto, sino la comunidad.
La vaguada monzónica pasará. Los caminos se repararán. La electricidad volverá. Pero lo que no debe olvidarse es que, en medio del caos, Hidalgo ha demostrado que su mayor riqueza no está en sus minas ni en sus montañas, sino en la capacidad de sus habitantes para cuidarse entre sí.