La violencia que en los últimos meses ha cobrado la vida de ocho alcaldes en el país incluido el hidalguense Miguel Bahena Solórzano obliga a una reflexión que va más allá de las cifras o de los nombres: gobernar en México se ha vuelto, en muchos territorios, un acto de valentía cotidiana como lo refleja claramente el caso del alcalde asesinado de Uruapan, Carlos Manzo.
Los alcaldes, que representan el nivel de gobierno más cercano a la gente, se encuentran hoy en la primera línea de riesgo. En Hidalgo, la preocupación expresada por ediles como la presidenta municipal de Tepeji recuerda que la inseguridad no distingue colores partidistas ni fronteras estatales. El miedo, cuando se instala entre quienes gobiernan, revela que las amenazas dejaron de ser excepcionales para convertirse en una constante que atraviesa regiones enteras del país.
Más que una estadística trágica, este fenómeno plantea una pregunta profundamente humana: ¿qué implica para una nación cuando sus autoridades locales comienzan a gobernar con miedo? Cuando una autoridad manifiesta miedo, no solo se trata de su integridad personal: se evidencia un entorno donde las instituciones locales operan bajo presión, desconfianza o vulnerabilidad. Este escenario invita a repensar la manera en que concebimos la seguridad pública. No solo se trata de proteger a las autoridades, sino de fortalecer las comunidades que las rodean. Un alcalde seguro no es aquel que tiene más escoltas, sino aquel que puede caminar por su municipio sabiendo que sus ciudadanos también están protegidos.
La respuesta institucional, aunque necesaria, no basta por sí sola. La reconstrucción del tejido social, la confianza entre autoridades y población, y la coordinación real entre niveles de gobierno son elementos igual de importantes. Lo que ocurre en Hidalgo es un recordatorio de que los municipios requieren ser acompañados, no solo vigilados. En un país donde la violencia parece no ceder pese a los esfuerzos institucionales, detenernos a reflexionar es imprescindible. No para acostumbrarnos, sino para comprender qué se está rompiendo y cómo podemos recomponerlo. Porque cuando un alcalde gobierna con miedo, todo un municipio vive en incertidumbre. Y si queremos un futuro distinto, ese es el punto de partida que no podemos ignorar.