Muchos de nosotros empezamos el año preguntándonos, ¿qué quiero en este 2022? Sin embargo, cuando nos planteamos el reto de adaptar nuestros sistemas educativos para atender la complejidad creciente de nuestro mundo, la pregunta que realmente nos debemos hacer es, ¿qué queremos para el año 2100?
Los modelos tradicionales de educación superior, que erróneamente equiparan exclusividad con excelencia, prefieren competencia sobre colaboración y se aíslan a sí mismos de las comunidades a las cuales deberían de servir, generarán más polarización y menos progreso.
Si lo que queremos para el 2100 es una sociedad más igualitaria, innovadora, resiliente, y capaz de adaptarse a las crisis y a la complejidad, necesitamos transformar y democratizar nuestros sistemas de educación superior para poder crear ese futuro.
La pandemia de covid-19 es solo un ensayo para los retos que están por llegar dada la aceleración de la crisis climática y los desastres naturales que conlleva. Esto ha revelado problemas mundiales alarmantes como los bajos niveles de alfabetización científica, los insuficientes canales de colaboración entre los sectores privado y público, y la falta de la integración e innovación tecnológica en muchas instituciones educativas.
Con todos estos problemas sobre la mesa, contamos con dos opciones: mantener el rumbo que llevamos hasta ahora y cruzar los dedos con resignación, o aprovechar el momento para impulsar un progreso humano significativo y duradero. Para los interesados en la segunda opción, hay unos cuantos pasos claros a seguir.
Primero, tenemos que crear nuevas maneras para aprender, enfocadas en acelerar la transformación de los resultados sociales. Para las universidades eso significa dejar de lado la noción del “estudiante tradicional” y ampliar nuestro alcance para incluir a personas de todos los contextos en todas las etapas de sus vidas, asegurándonos que los factores determinantes para su acceso a la universidad sean el entusiasmo y el esfuerzo, y no sus circunstancias. Las universidades deben garantizar una educación de excelencia tanto a los alumnos más destacados de las preparatorias, como a los que han enfrentado mayores dificultades durante esa etapa o los que en algún momento abandonaron sus estudios superiores pero que ya desean completar su carrera. La clave es encontrar a los alumnos ahí en donde estén y con su trabajo duro, guiarlos hacia donde quieran estar.
En Arizona State University hemos creado diversas alternativas para que un estudiante pueda obtener un título. Tenemos, por ejemplo, una selección de cursos en línea abiertos a cualquier persona. Los estudiantes pagan solo por los cursos que aprueban y de los cuales desean obtener créditos oficiales que pueden usar para concluir su licenciatura en ASU o en cualquier otra universidad.
Tenemos también alianzas con empresas globales como Starbucks o Uber para dar una oportunidad a empleados elegibles para obtener un título universitario a través de ASU Online. Estas colaboraciones creativas nos permiten cumplir con nuestra misión: medirnos no por a quiénes excluimos, sino por quiénes incluimos y su éxito.
Nuestro segundo paso es la expansión de las formas de aprendizaje. El modelo tradicional de una cátedra frente a un auditorio de estudiantes es útil en algunos contextos, pero no debe ser la única opción. Para mejorar los resultados educativos, necesitamos herramientas creativas para el aprendizaje. Para desarrollarlas, necesitamos conectar a los aceleradores de innovación y emprendimiento en el sector privado con nuestros objetivos en el sistema público.
Nuestro presente es un ejemplo perfecto de la importancia de la innovación entre distintos sectores. La tecnología detrás de las vacunas 'de ADN mensajero', que hoy se usa en las vacunas mRNA contra el coronavirus, tuvo su origen en laboratorios universitarios apoyados por el gobierno y académicos químicos que hicieron mucha investigación antes de la pandemia. Cuando esto ocurrió, la inversión, desarrollo y manufactura privada fueron la clave para que estas vacunas contra el COVID llegaran a la gente.
Este mismo enfoque deberíamos aplicarlo a la tecnología educativa. Un buen ejemplo es Dreamscape Learn, una colaboración de ASU con Dreamscape Immersive, empresa líder en realidad virtual. A través de la tecnología, Dreamscape Learn permite que estudiantes exploren nuevos mundos y aprendan cuestiones complejas que sin la realidad virtual no sería posible.
Este modelo de “educación a través de la exploración” realmente funciona: los estudiantes registran una retención del aprendizaje 18% mayor después de interactuar con Dreamscape Learn. También hay métodos más simples para mejorar las experiencias pedagógicas, como los modelos de aula invertida que hacen que los estudiantes consuman el material de clase en línea a su tiempo y utilicen el tiempo de clase para debatir, y comprometerse realmente con ese material.
Finalmente, necesitamos reconocer que los problemas a los que nos enfrentamos están interconectados y así deben ser nuestras soluciones. Las universidades suelen operar en ambientes competitivos y no suelen trabajar lo suficiente con sus contrapartes regionales para la resolución de problemas. La fragmentación tiende a llevar a la falta de innovación y a favorecer las pequeñas colaboraciones basadas en proyectos en lugar de una estrategia amplia de investigación transnacional.
En América del Norte, es claro que los problemas regionales como la escasez de agua, la crisis climática, los cambios económicos, la migración, la desigualdad y la gobernanza, entre otros, no pueden ser resueltos por un solo país. Las universidades norteamericanas deben enfocarse en crear un corredor de innovación regional, para traer los mejores recursos, ideas y personas con el objetivo de innovar para obtener soluciones compartidas y promover el intercambio mutuo de conocimiento. Recientemente, ASU y el Tecnológico de Monterrey dieron el primer paso para la creación de redes de trabajo de este tipo durante la cumbre de la U.S.- Mexico Foundation, “Convocation 2.0”, donde se discutió con los embajadores y exembajadores de ambos países sobre la importancia de las universidades en las relaciones bilaterales.
Expandir el universo de los estudiantes y el cómo aprenden a través de la colaboración intersectorial y construir redes de trabajo regionales para la innovación no son pasos sencillos, pero son necesarios. Yo creo que podemos crear un 2022, y aún más importante, un 2100, en el cual seamos más resilientes y estemos más preparados para afrontar estos cambiantes retos. Pero esto solo es posible si lo hacemos juntos, y con urgencia. Empecemos.
Por: Michael M. Crow
– Presidente de Arizona State University (ASU), nombrada como la universidad más innovadora de Estados Unidos por U.S. News & World Report.