Internet, inventado para encontrarnos y mezclarnos, es un mapa de caminos amplios y murallas frágiles. Junto a la alegría de compartir, sobrevuela nuestras cabezas el peligro de intrusión y las letales infecciones de virus y troyanos.
Los troyanos informáticos aluden a la leyenda clásica. La guerra duraba más de nueve años cuando los griegos, cansados del inútil asedio, decidieron tomar Troya recurriendo al engaño. Ordenaron a su carpintero más hábil construir un gran caballo hueco de madera con una secreta escotilla. Un grupo de guerreros armados se escondió en el vientre del caballo y el resto del ejército zarpó en sus naves hacia una isla cercana donde esperaron ocultos. Los troyanos, creyendo que sus enemigos abandonaban la lucha, metieron el caballo en la ciudad y bailaron y bebieron alrededor para celebrar la paz. Cuando los indefensos habitantes de Troya cayeron dormidos o borrachos, los griegos emboscados salieron a través de la escotilla, asesinaron a los centinelas y levantaron la gruesa tranca que aseguraba las puertas, dejando entrar a sus tropas. En recuerdo de ese engaño, llamamos “troyanos” (por error, ya que los invasores eran griegos) a huéspedes informáticos que abren las puertas de nuestro equipo a un atacante exterior, brindándole el control remoto del ordenador infectado. Incluso en las más nuevas tecnologías sobrevive la épica antigua.