
1. No deben ser muchas las novelas escritas sobre los movimientos estudiantiles en nuestras literaturas.
Nuestras, es decir, la mexicana, argentina, chilena, uruguaya, española… y en el idioma que hablamos casi seiscientos millones de personas.
Cuáles recuerda usted, pregunto.
Y quizá, la interrogante debería de extenderse a nuestra memoria acerca de los fenómenos sociales referidos, en su gran mayoría protagonizados por una población mayoritariamente joven.
Entre estos últimos habría que citar.
Uno, el movimiento de los universitarios argentinos (Córdoba) de 1918, especie de matriz de experiencias ulteriores, que tenía como demandas centrales la autonomía de las instancias de gobierno institucionales y el establecimiento de una tutela de educandos y profesores, así como la vinculación del proceso de enseñanza al rumbo de la sociedad en su conjunto.
Dos, el movimiento de los universitarios mexicanos que, a finales de la década de los veinte del siglo pasado, emprendió la lucha también autonómica hasta su conquista en la entonces Universidad Nacional (México). Esta reivindicación (uno de sus principales dirigentes fue Alejandro Gómez Arias) sería además referente de acciones como el vasconcelismo.
Tres, el gran movimiento de 1968, experiencia que se presentó en paralelo en muchos países del mundo, y que podemos ahora seguir justamente a partir de ficciones noveladas como las de Del Paso, García Ponce, Poniatowska, Martré, Ramos y más.
2. Sin serlo del todo, la de la chilena Nona Fernández (Santiago, 1971) es una novela que nos cuenta los momentos más críticos de una serie de personajes vistos desde la panorámica y las voces de ellos mismos, por lo que Avenida 10 de julio podría insertarse en el listado de las ficciones antes comentado.
Una novela, cuya primera edición data de hace casi dos décadas, que recupera episodios como la toma del Liceo A-12 en la capital chilena, y que bien resume las experiencias de lucha estudiantil en el país de su autora.
Ese movimiento, a diferencia de otros, ciertamente no un distingo bien marcado, que se caracteriza por expresarse entre los estudiantes del nivel secundario, es decir, pre universitario. Comportamiento que habría de repetirse en sucesos como los de 2019, cuando estudiantes iniciaron sus querellas en contra del alza en los precios del transporte.
Avenida 10 de julio, título que la autora toma de aquella calle santiaguina especializada en los comercios de repuestos de automotores, sigue la pista a esos jóvenes, primero, y a esos mismos adultos, después. Protagonistas siempre en busca de su identidad.
“Usted no paga por el espejo”, le dice un vendedor a Greta, “usted paga por lo que ve en él”.
3. Recuperada por la autora en la coyuntura de la pandemia, “nada es claro y ése está siendo el desafío a la hora de pensarnos. Andar a tientas. Y así, a oscuras y en cautiverio, como los niños perdidos de esta historia, esperamos encerrados que el escenario general se componga mientras buscamos esa pieza en falta que nos obligó a la pausa y al arreglo”, Avenida 10 de julio es otra manera de reconocer la vitalidad que los movimientos estudiantiles han tenido en nuestros territorios.
Lo que hecho desde la ficción, la recreación novelística, proyecta todavía más su fuerza y vitalidad, transparencia y expectativa (no parece casual que Chile y México tengan en sus presidencias a pretéritos dirigentes estudiantiles).
4. Me gustan los estudiantes, escribió años atrás la chilena Violeta Parra:
“Cuando llegué a la plaza, la multitud disipó la niebla y pude ver. El lugar estaba lleno de gente. Los compañeros aparecían sigilosos desde todas las esquinas, caminaban secretamente con sus pañuelos, con sus banderas, hasta llegar a instalarse frente al liceo. Éramos muchos. Más de lo que esperábamos. Yo no lograba dar contigo entre tantas cabezas y brazos que se agitaban, pero de pronto escuché tu voz y te vi junto a la Chica Leo, las dos encaramadas sobre un par de resbalines. Avancé como pude, haciéndole el quite al resto, y tú te lanzaste por el metal y nos abrazamos felices, como si hubiéramos estado en medio de una película mala”.
Los estudiantes de Nona Fernández.