Muchos lo llamaban Hernán.
Algunos Lara Zavala.
Unos y otros sabían de él, además de por el prestigio adquirido a lo largo de muchos años en los terrenos de la literatura, armado nada más de su talento y honestidad, por los lazos de amistad que casi siempre arrojaba.
Era una de esas personas de las que aun pasen los muchos años y los rumbos cambien de dirección, se habría acordado de ti, del momento justo en que inició el hallazgo y la amistad.
Hernán Lara Zavala (1946-2025).
A quien se le recordara como una persona íntegra, si bien desdoblado en alguno de los diferentes apartados a los que entregó sus pasiones terrenales, ya sea como narrador, maestro universitario, editor y promotor cultural.
Apenas conocida la noticia de su fallecimiento, el pasado mes de marzo, las redes sociales se llenaron de menciones que, de tan diversas y copiosas, pronto conformaron un primer perfil acerca de nuestro personaje en cuestión.
Recuento de vida y obra, serán los especialistas en cada uno de los capítulos referidos quienes tendrán que ofrecernos una biografía total, que pareciera ser suma de muchas voces.
Como muchas las simpatías que Hernán Lara Zavala acumuló en sus casi ochenta años de vida.
Por eso, la última palabra la tendrán los lectores, creo que este nuevo libro con el que despedimos el año, Mi amigo Hernán, del recientemente señalado Premio Cervantes 2025, Gonzalo Celorio, pareciera ser uno de esos llamados libros colectivos.
No por su escritura, claro está, pero sí por la identificación que cada uno de sus próximos consumidores podrá tener en alguno o algunos de sus muchos recuentos de vida.
En la vida misma, profesional e intelectual, no por ello despersonalizada y carente de pulsiones humanas, de Hernán Lara Zavala.
Llevado por una vieja relación tejida de intereses comunes, Celorio se decidió rápido a ordenar la riquísima y memoriosa serie de evocaciones en torno a su amigo que obsequia en su nuevo libro.
La literatura y la vida literaria (resume), la universidad, nuestros escritores, nuestros amigos, nuestros alumnos, nuestras lecturas recientes y nuestras relecturas.
Temas de conversación desplegados en los años, pero que podrían haberse resumido en las tardes dominicales que, durante los tiempos más recientes, se dedicaron Hernán Lara Zavala y Gonzalo Celorio.
En cada una de las más de cien páginas de Mi amigo Hernán estará presente el personaje, los muchos personajes que fue Hernán Lara Zavala.
Desde el magnífico buen orientador de lecturas que fue (“me recomendó leer a Ian McEwan y Kazuo Ishiguro”, escribe el autor), (paréntesis aparte, a quien escribe le reveló la maravillosa narrativa de un autor mexicano poco atendido, Manuel Echeverría), hasta el gran bebedor de whisky de malta.
Realizando estaciones en el Quijote y “los intrincados caminos de la pasión de amor que tanto alimentaron su literatura”.
En “el tratamiento del alma femenina”, igualmente interés de su narrativa.
En Lawrence, Greene, Lowry.
También en Austen, Brönte, Dickinson, Wilson.
Como asiduo lector de su obra, Celorio organiza bien la de Hernán Lara Zavala.
De Zitilchén a Charras, Península, Península, Macho viejo y El último carnaval, al tiempo cierre del mismo ciclo narrativo.
Pasa Celorio a hablarnos del editor y creador de importantes colecciones, lo mismo en la Universidad Nacional que en el Fondo de Cultura.
Y de ahí a sus empeños en la promoción de los escritores (encuentros, congresos, mesas, presentaciones, etc.) y los consiguientes viajes.
Mi amigo Hernán (duelo y prolongación de vida) (también consuelo) finaliza con la vivencia personalísima de Celorio de los últimos momentos de Hernán Lara Zavala.
La vida de Hernán.
La vida de Lara Zavala.