Son muchos los momentos y lugares hacia donde nos lleva la obra literaria e intelectual de Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948).
Recuerdo el entusiasmo con el que transmitió, cuestiones de la mercadotecnia editorial que con los años se instaló en nuestros medios para nunca más retirarse, la publicación de su primera novela, Amor propio, allá por 1992.
Era, si mal no recuerdo, una de las primerísimas inclusiones de un autor mexicano en el sello español que Beatriz de Moura hiciera célebre durante lustros.
Sí, el de las portadas con fondo negro y coloridas estampas, donde se encuentran títulos fundamentales y entrañables para cualquier lector en español.
Los años pasaron y la carrera de Celorio se diversificó.
Una vida extendida con manifiesta pasión, no exenta de deslices y señalamientos, lo llevó de la publicación a la edición; del aprendizaje a la enseñanza; de la creación a la promoción, pero siempre atenta al ejercicio escritural.
Su obra publicada es ya muy extensa y quien se interese en ella la tendrá al alcance, augurio de diversificadas y satisfactorias lecturas.
Ahora sabemos que Gonzalo Celorio (y Blasco) es el Premio Cervantes 2025.
Motivo de festejo.
Como volver nuevamente a su obra.
Amor propio, ya anotada, donde justo el festín tiene sitio de preferencia.
O El viaje sedentario, donde tiempo y espacio se funden en plena escritura para mostrarnos las maravillas de un mundo material otras veces ignorado.
Tres lindas cubanas…
El metal y la escoria…
Los apóstatas…
Y así hasta Juego, fantasía y transgresión, penúltimo título de nuestro autor quien ya anuncia el más reciente, Mi amigo Hernán, donde rinde homenaje y cuenta pasajes de su relación con Lara Zavala.
Escribe Celorio:
“De joven preparatoriano quería ser arquitecto, como mi hermano mayor. Imitaba la letra y la indumentaria de los arquitectos y paladeaba el sabrosísimo vocabulario de «dovelas», «arquivoltas» y mi disgusto por las matemáticas, empero, orientaron mis trabajos y mis días por el camino de las letras. No obstante, la vocación por el espacio y sus fronteras no desapareció del todo (…). Sólo un escritor —me dijo alguna vez Alfredo Bryce Echenique— es capaz de construir una catedral en una tarde”.
Tal vez por esto mismo la fascinación de Celorio por Julio Cortázar en Juego, fantasía y transgresión, y donde se ubica con la perfección del gran conocedor, la justa dimensión del autor de Rayuela.
Cortázar, quien al lado de Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez conforma el boom, y nadie más, de acuerdo con nuestro autor.
Al colocar a Cortázar como uno de los doce más grandes cuentistas hispanoamericanos, Celorio afirma:
“El mundo referencial de Cortázar —igual que el de Borges, igual que el de Arreola— es la cultura, la literatura. En ese sentido, es un escritor que practica el arte del arte, es decir el artificio. Eso es lo que genera aquello que Severo Sarduy llamó “neobarroco”: la intertextualidad y la intratextualidad, la continua referencia a otras obras, que se van incorporando en el discurso literario y que el mero hecho de asumirlas implica estar ya en posesión de una cultura y una historia. Es, quizás por primera vez, una literatura que viene de regreso de las cosas. Esa es una aportación fundamental de Rayuela”.
Construido a partir de los cursos en línea que el autor ofreciera entre junio y agosto de 2023, Juego, fantasía y transgresión es una excelente oportunidad para adentrarse en la obra del nuevo Premio Cervantes, o volver a ella.
Enhorabuena por Gonzalo Celorio.
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El universitario
Egresado de la UNAM, Celorio ha dicho: “La Universidad es para mí el parteaguas de mi vida; haber ingresado en ella fue pasar de la Edad Media a la Modernidad. Fue muy relevante, por la amplitud, la diversidad social y cultural. Cuando yo estudié había una gran cantidad de alumnos que procedían de otros países latinoamericanos. Por algo, en el escudo de la Universidad viene el continente americano, porque efectivamente, la UNAM era en ese sentido ecuménica. Trabajar como profesor es lo que más me ha gustado. No hay nada más placentero que extender este gusto (la literatura) y esta pasión a los demás. No he dado nunca ningún curso sin tener como ganancia un nuevo aprendizaje: el de mis alumnos y también de los mismos cursos que impartí durante mucho tiempo. Fui el ocupante de la Cátedra Maestros del Exilio Español Republicano”.