Qué más que el drama social para ensalzar a la literatura de contenidos.
Así ha sido en la historia —la de la mejor literatura.
A la manera de los magos, oficio de otras infancias tristemente en desuso, los narradores caen siempre en la tentación de convertir los dramas en materias literarias.
Fantásticos derrotados.
Quienes hacen de cuestiones como la política y la psicología, la sociología y la economía, los contenidos que habrán de manifestarse en el comportamiento de sus personajes, hombres y mujeres de pasiones —de historias.
Siempre hablarán de la Cuba actual las novelas de Leonardo Padura, y de la ciudad en donde nació, La Habana, hace setenta años.
Pero más de quienes ahí despliegan su existencia —una vez perfilados como personajes literarios y no como entidades de estudio de otras disciplinas.
Ahora en Morir en la arena, sabremos de una estirpe señalada por la fatalidad que significa que uno de sus integrantes, que en realidad podría haber sido cualquiera, cometa un parricidio.
Hecho al que no se circunscribe la narración, aunque lo detalle en las características tremendas que de suyo contiene, en tanto el narrador sabe bien que su tarea no es escarbar en la psique del asesino.
Llega a tantos sitios la narración y desnuda tanto a sus personajes, que su misma estructura requirió de la aparición de una segunda voz narrativa, la de uno de los mismos involucrados.
Es decir, del escritor Raymundo Fumero, amigo cercano al parricida, Geni Mala Cara, quien a sus setenta años está a nada de dejar atrás su cautiverio.
Pero lo que hubiera parecido una buenaventura, recobrar la libertad una vez pagada la pena, se presenta en Morir en la arena como una nueva fatalidad que involucrará al resto de los protagonistas.
Ambientada, como buena parte de la novelística de Padura en una destartalada Habana, la novela nos revelará ese “cansancio histórico” que parece no abandonar en ningún momento a sus habitantes.
Estarán recreados sucesos tan conocidos de la realidad cubana como los fracasos económicos del régimen en los primeros años 70 hasta la crisis sanitaria provocada por la reciente pandemia.
Sin olvidar esa especie de “orfandad” en la que cayó la isla entera luego del derrumbe de la Unión Soviética y el trauma provocado por la participación de muchos miles de cubanos en la guerra de Angola.
Todo ello resumido en “el mal de la tristeza culposa”, dice en alguna de sus páginas cierto personaje.
La liberación de Geni supondrá el reencuentro con una serie de protagonistas con los que tuvo antes diferentes tipos de relación.
Hermano, pareja, hija, amigos…
Un conjunto de pasiones que cobrarán vida nuevamente, y es que “el paso de los años entraña un proceso irreversible y universal que transforma el físico y la mente de las personas”.
Muchas águilas sobre el mar —habría dicho Martí.
Siempre tras el telón de fondo de la muerte, “jodidamente irreversible”.
Historia de cubanos, no de Cuba, encontraremos en Morir en la arena.
De personas, no de gente.
“Algo así como la historia del príncipe y el mendigo en versión adaptada a un barrio cubano”.
En voz del autor
Dice Padura: “Yo he tratado de que la política no se apodere de mi obra. Creo, como Milan Kundera (en alguna página de esta su nueva novela se habla de La vida está en otra parte), que cuando el escritor se convierte en disidente, tiene que empezar a alimentar al disidente y el escritor queda marginado. Hay una novela, por ejemplo, El hombre que amaba los perros, en que sí hay toda una serie de valoraciones políticas. Era inevitable, con un personaje como Trotsky, que desayunaba, almorzaba, comía y defecaba política. En general, hablo de las sociedades, no hago propaganda política. Una novela como Morir en la arena tiene lecturas políticas clarísimas con respecto a la realidad cubana sin ser una novela política”.
