
Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 1923-Cuernavaca, Morelos, 1999) fue un autor propositivo tanto en la ficción como en el periodismo. Su prosa fluye como un río caudaloso, contagia, envuelve. Garibay tuvo una formación muy completa, en su familia se leía poesía, novela, cuento y a los clásicos. Su abuelo materno participó en la Revolución mexicana, y eso le ayudó a tener un contexto crítico de la historia del país. Recordar a Garibay es imaginar a un lector compulsivo que aprende autores de diversas latitudes y los asimila muy bien. También puede decirse que es un narrador que trata a los lectores de manera inteligente, no hay facilismos ni conformismos; es lúcido, entretenido y poseía un oído muy fino a la hora de escribir los diálogos de sus personajes. Esto se ha señalado mucho. Salvador Elizondo advertía esta última cualidad en la narrativa garibayesca.
Frecuentó el cuento, la novela, el teatro, la semblanza, la crónica, el reportaje, la entrevista, la poesía y el guion cinematográfico. Los temas a los que solía recurrir son variados, como por ejemplo, reverberaciones de la Revolución mexicana; estampas surrealistas con ángeles, aparecidos y fantasmas; relatos de amor y desamor; ajustes de cuentas; escenas de su infancia; la evocación de los últimos días de vida de su padre, entre otros asuntos. La figura femenina, en sus últimas dos décadas de vida, adquirió importancia: escribe desde la perspectiva de una mujer, recrea cuentos donde las protagonistas son mujeres, publica cartas a mujeres que marcaron su vida. En algunos de sus relatos hay escenas de violencia contra la mujer y feminicidios; por la manera en que se indigna y expone el suceso, una entiende que lo hace para crear conciencia hasta dónde puede llegar esa exacerbada violencia machista.
El periodismo ejercido por Garibay es sumamente interesante, podría decirse que muy equiparable con el trabajo que hace Norman Mailler, representante de llamado Nuevo Periodismo. Era dueño de una prosa ejemplar, intensa. Fue un periodista interesado en rescatar la cultura popular, los bajos fondos de Acapulco o hacer semblanza de personajes como Agustín Lara, Gustavo Díaz Ordaz, Reyes Nevares y Emilio Uranga. Escribió cuentos y novelas atrayentes, en donde la historia que desarrolla guarda un equilibrio con la manera que tiene de narrar. Y eso es prodigioso, demuestra que posee una estupenda forma de ejercer la narrativa.
En los libros que se publican actualmente hay una marcada tendencia hacia la autobiografía, a emprender ese recorrido que hizo Garibay. El mercado editorial se ha tenido que abrir a otras propuestas literarias, en donde no siempre impera la ficción. La no ficción, el ensayo personal, cuenta con buenos ejecutores y uno de ellos, en México, es Ricardo Garibay. Ahora la editorial Penguin Random House reúne en un tomo un par de títulos de carácter autobiográfico que colindan entre la crónica y las memorias: Cómo se gana la vida y Fiera infancia.
Una vez que se convirtió en padre de familia como era de esperarse el escritor tuvo más necesidades económicas. Y eso lo condujo a una diversidad de empleos. Josefina Estrada en el prólogo del libro refiere algunos de los trabajos que tuvo Garibay: “Repetidor de trabalenguas en un concurso de la XEW; empadronador; actor de radio de la XEB; modelo en la Academia de San Carlos; sparring del boxeador Trini Ruiz; inspector de mercados y restaurantes; interventor de bules y cabarés; abogado postulante; profesor en la Escuela-Internacional-Bolívar 55; el que dice el sermón del rosario y maestro de ceremonias de caravanas artísticas. Por supuesto, no deja de lado las fatigas de la talacha periodística: es corrector de pruebas; subdirector de la revista Firmamento; reseñista de diversos periódicos y jefe de prensa de la SEP”.
Se ganaba la vida de múltiples maneras y de eso se tratan estas crónicas. En un tono confesional y ameno, es posible hallar a un lúcido autor todo terreno, con una visión crítica de su entorno, alejado de formalismos y convenciones clásicas.
Por otro lado, la infancia del escritor siempre fue caótica, como un campo de batalla en donde todos debían poner su empeño para que un juego entre chicos no se saliera de control. De esas escenas somos testigos, y de la rígida educación que recibió de su padre, un hombre colérico al que Garibay le tenía miedo, más que respeto, debido a las tremendas palizas que le propinaba. Cinco hermanos de Garibay se suicidaron; en cierta forma él fue un sobreviviente del desasosiego familiar: una infancia más cercana al infierno que al paraíso. A través de la literatura, el escritor exorciza fantasmas, miedos y, con el tiempo, hasta familiares. La literatura fue su salvación y su pase a la eternidad. Su libro Beber un cáliz (1965) sobre la agonía y enfermedad de su padre, es una extraordinaria pieza de ensayo-memoria. Aquí el escritor se enfrentó a algo que no tenía previsto: ¿cómo describir la muerte de su padre? ¿Existen palabras para lograr eso?
Hablar de su herencia es remitirse a varios aspectos. Primero, como un gran prosista, logra ese equilibrio entre la forma y el fondo de la historia. Segundo, como periodista, posee la habilidad de retratar de manera fidedigna y amena a sus entrevistados, con un estilo que es verdaderamente todo un goce. Tercero, sus consejos literarios a los jóvenes que desean acercarse a la novela y al cuento. Cuarto, su visión como lector experto de alto rendimiento, cercano a la crítica literaria. Quinto, la valentía y compromiso consigo mismo al expulsar a los espectros que rondan a los autores cuando se enfrentan a la hoja en blanco. Y sexto, no traicionarse como escritor porque el primer compromiso que debe tener es consigo mismo.
¿Qué sucedería con un autor valioso de la literatura mexicana, innovador, si su obra no se difunde o no se pone a circular de nuevo? ¿Le pasaría lo mismo que a Francisco Tario, Amparo Dávila o Guadalupe Dueñas? Es un buen momento para que se reediten sus libros, no en circuitos cerrados de Educal exclusivamente, sino que pueda estar dirigido a una diversidad de lectores. Por ejemplo, sus novelas, que por falta de espacio ya no pudieron incluirse en la antología que en 2013 publicó Josefina Estrada en Cal y Arena. Y otras actividades para difundir su obra como organizar talleres literarios para leer a Garibay, concursos de cuento y de periodismo que lleven su nombre, revisitar su obra y encontrar hallazgos o enlaces —eso nos toca a los ensayistas y críticos literarios—, por mencionar algunas iniciativas para promover su obra; y que las nuevas generaciones lo conozcan, y no se no convierta en un escritor secreto, de escasos lectores. Porque leer a Ricardo Garibay es un deleite.