Cultura

Clorofila

  • Taller Sie7e
  • Clorofila
  • Martha Izaguirre

Es el segundo sábado del nuevo año, es decir, no es fecha significativa de nada en particular. Estas fechas son las ideales para celebrar todo en especial: la migración de los patos y su paso por las lagunas de nuestra ciudad, algunas especies de mariposas amarillas transitando por nuestra geografía.

Las hojas doradas de los almendros, los tapetes floridos al pie de los árboles. La neblina sobre las aguas y las casas humedece el alma con su suave canto traída de lejanos bosques altos. Tras el cubrebocas un saludo matinal, el paseo canino que abre la puerta de conversación con el vecino. Y en la cama, los operados de columna y rodilla, los de las piernas rotas y los invadidos por virus catarrales, guardan reposo; mientras el plasma, las células madres y el té de hojas de guayaba hacen lo suyo desafiando a la ciencia de moléculas sintéticas.

Los amigos y la familia, en época navideña y fin de año, merecieron el abrazo y el beso –casi suicidas- pues por la pandemia en ellos nos iba el presente y el futuro. Entendido ya que el mundo en dos vías ha desaparecido: morir y vivir emergían a la vez en el acto irracional de pura necesidad de amar.

Enlaces y desenlaces tensan, especialmente en esas fechas, el listón de las relaciones humanas. Nos hemos tocado el alma con las manos alcoholadas y el certificado de vacunación tatuado en la frente.

Algunos ya somos viejos y admiramos desde la acera de enfrente las casas adornadas con luces festivas. Sabemos que el árbol que siembra el vecino es el paisaje de nuestra ventana; que la algarabía de los niños es un canto de aves en el árbol de la vida.

Damos de beber a las plantas de la terraza y al perro que nos acompaña. La luna siempre se posa en nuestro cielo nocturno para recordarnos que la noche es el hogar de los sueños. El viento suele exagerar en los recovecos de nuestras casas, y ulula la vida afuera cual vendaval.

La Naturaleza abrió el espacio de convivencia. Sonreímos mientras caminamos. Conversamos sentados en las rocas. La intemperie se hizo el paseo de la seguridad, el hacinamiento: la amenaza.

La mesa al aire libre y el espacio amplio sazonan la hora de comer. La pandemia nos metió a casa y a la vez nos sacó a la montaña, al mar, al campo.

Si no recordara quién soy, aseguraría que hoy recorre mis venas la más verde clorofila. _

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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