Mientras el mundo se deshace en pedazos de racismo y corrupción, ambición y violencia; mientras los aviones caen, los terremotos azotan y los volcanes despiertan; los buzos, acarician tiburones, bailan con lo pulpos y filman el nacimiento de una ballena; los poetas, riegan las macetas donde está sembrada la belleza, cuentan y cantan las flores de sus pequeños jardines.
El Amazonas ha quedado en la imaginación; los grandes bosques y las enormes selvas, cada vez están más alejadas de la idea de planeta; el mundo, que ya cabía en la palma de una mano para los viajeros, volvió a ser inalcanzable.
Las fronteras nunca se han borrado, los muros que han caído dejaron sus raíces en las almas de la especie humana, especie minera buscadora de oro y tierras raras, termita y langosta de la Naturaleza, plaga de su propia madriguera.
Toda la oscuridad cabe en los viejos vicios de un mundo ciego a la concordia. Cada uno creyendo ser el poseedor de la verdad, la razón y la idea del orden necesario. Todos justificando el poder armamentista e ideológico.
Nunca un mundo tan rico y a la vez tan pobre. Tan esplendoroso y tan lleno de escombro. Tan comunicado y a la vez tan distanciado. Tan dominado por la locura de creer que es posible tomar cada uno su propio camino, tomar territorios y culturas a fuerza de armas o de imposiciones económicas.
Ha quedado chico el planeta para el tamaño de la prepotencia política. Castiga con hambre y guerra a la especie humana su mentalidad de reyes y súbditos, su estupidez ante su diminuta escala astral.
Toda la luz reside en la mirada nueva de un bebé y en los brazos amorosos de sus padres; toda la creación está en las manos que trabajan, en las imaginaciones que crean, las almas que aman, las mentes lúcidas y humildes ante el cosmos, los jardineros de los pequeños jardines de belleza, los que rezan y actúan por la paz.
Todo el futuro, es decir, cada amanecer, está creado en el silencio del espíritu, para serlo todo de una vez.
Destruir es destruirse. La nueva conversación debe iniciar. La historia contará el ascenso, el declive, y la re-creación de la organización humana. No abandone la raza humana el dar coronas de laurel a los seres de la Naturaleza, y a los que, humanos, han alcanzado grandeza en la ciencia, el arte, el deporte, el amor y la trascendencia.
Cuánta falta hace una idea de pequeñez, eternidad e infinito, en cada persona, para ser, en este mundo, en esta vida, corresponsables y cofelices.