El pasado jueves 23 de octubre, el Inegi publicó la más reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana y el resultado encendió las alarmas. La percepción de inseguridad en Monterrey creció cinco puntos en un año, pasando de 59.7 por ciento a 64.6 por ciento.
En la Industrial, los robos de autopartes se han vuelto parte de la rutina; los vecinos se levantan cada mañana revisando si su coche sigue completo. En la Moderna, los ladrones se llevan desde el cableado hasta los electrodomésticos y la sensación de desamparo es total. En la Niño Artillero, las noches se llenan de ráfagas y los ecos de las balaceras se confunden con los del tráfico. En la Bernardo Reyes, una escuela fue saqueada, se llevaron los protectores de las ventanas, el cableado y hasta los materiales de los estudiantes. En Mitras, los robos a casa habitación se repiten con tal frecuencia que muchos ya ni denuncian. En Valle Verde, los asaltos a mano armada son cada vez más violentos.
En Burócratas del Estado, los robos a negocio son una constante. Y en la Vista Hermosa, los vecinos caminan mirando sobre el hombro.
Monterrey necesita repensar su concepto de seguridad. El modelo de seguridad pública, centrado en patrullas, cámaras y estadísticas, se ha vuelto insuficiente para proteger la vida cotidiana. Es urgente transitar hacia un enfoque de seguridad humana, una visión que pone al centro a las personas, su dignidad y su derecho a vivir sin miedo. La seguridad humana no se mide solo por delitos o detenciones, sino por la tranquilidad que sentimos al salir de casa, por la confianza en que nuestros hijos llegarán bien a la escuela, por la certeza de que nadie vivirá amenazado por su entorno.
Esta nueva visión es multidimensional, porque aborda la seguridad desde distintos frentes como salud, educación, vivienda, empleo, comunidad. Es también multisectorial, porque requiere la coordinación de gobiernos, empresas, universidades y sociedad civil. Y es integral, porque busca una libertad plena que combine paz, bienestar y ejercicio de derechos. La seguridad humana no pretende reemplazar la seguridad pública, sino complementarla con una mirada más profunda y humana, que reconozca que no basta con reducir el crimen si las personas siguen viviendo con miedo.
Y ese miedo tiene rostro. Lo sienten las mujeres que regresan solas a casa después de su jornada, caminando por calles sin luminarias, con el teléfono en la mano y el corazón acelerado. Lo sienten las madres que esperan a sus hijos cuando cae la noche, mirando por la ventana hasta escuchar el portazo que les confirma que están a salvo. Lo sienten las jóvenes que usan el transporte público, calculando cada movimiento, cada mirada. En esa vida cotidiana marcada por la precaución se pierde algo más que la calma, se pierde parte de la libertad.
Hablar de seguridad humana también es hablar de esas historias invisibles que se repiten cada día. No son cifras, son realidades que describen lo que realmente significa vivir inseguro, salir con miedo, mirar atrás, ajustar la ruta, evitar ciertos lugares. Ahí está la verdadera crisis y también el punto de partida de cualquier solución.
La gente ya no pide discursos ni operativos mediáticos, pide vivir tranquila. Pide poder salir de noche, dormir sin miedo y ver patrullas que sirvan para algo más que posar en una foto. Si la seguridad es el primer derecho de toda persona, cumplirlo no es un logro del Gobierno. Es su deber más básico. Y en Monterrey, ese deber está pendiente.