La pelea de ayer entre el hombre más rico del mundo y el presidente del país más poderoso no fue solo un pleito de egos: va a afectarnos a todos. La guerra entre Elon Musk y Donald Trump en sus propias redes sociales (X y Truth Social) tuvo millones de espectadores, que la seguimos como si fuera un capítulo nuevo de Succession o una pelea más entre influencers o raperos. “THE GIRLS ARE FIGHTING” (“LAS CHICAS SE ESTÁN PELEANDO”) fue uno de los principales trending topics en X.
La pelea no es trivial, lo trivial es cómo la estamos consumiendo. Estamos viendo los grandes conflictos mundiales —desde el genocidio en Gaza hasta el berrinche de dos niños-adultos que pueden alterar la economía global— como si fueran puro entretenimiento. Revisamos, desde las pantallas de nuestros teléfonos, cómo el orden mundial se derrumba a diario en un scroll infinito. Todo es un espectáculo permanente. El mismo Musk publicó en X sobre esta pelea: “Una cosa es segura, ¡no es aburrida!”.
La nota “Trump y Musk se pelean e internet saca las palomitas”, del New York Times, lo resumió bien: “A medida que la relación entre Trump y Musk se desbarrancaba públicamente, las redes sociales se inundaron de memes que los comparaban con las figuras principales de algunas de las enemistades más legendarias, incluidas las adolescentes de Mean Girls y los raperos Drake y Kendrick Lamar”. El boletín nocturno de The Information abrió así: “El episodio de hoy de la serie de telerrealidad más importante de Estados Unidos ha sido épico”. Dan Pfeiffer, del pódcast Pod Save America, escribió: “Elon por fin ha encontrado la forma de que Twitter vuelva a ser divertido”.
Pero el problema de convertir estos enfrentamientos en parte del ciclo cotidiano de entretenimiento es que terminamos banalizando lo que en verdad está en juego. Hay niños reales muriendo de hambre. Hay economías y democracias —y millones de personas reales— en riesgo por las bravuconadas de hombres poderosos. Hay consecuencias tangibles de este eterno reality show. Es, como me dijo el periodista Diego Salazar, “la sordidez de la política convertida en espectáculo hasta las últimas consecuencias”.
Internet siempre se ha tratado, en gran parte, de divertirse. Y se sabe que los memes dan vida (o ganas de vivirla, al menos). El punto no es imponer solemnidad a los tiempos absurdos que vivimos, sino entender que cuando el mal uso del poder se disfraza de entretenimiento, todo se vuelve banal y sin consecuencias reales para los involucrados.
Estas dos personas y sus entornos han hecho, durante años, un uso terrible del poder político, social y tecnológico que concentran, para su propio beneficio. Las consecuencias de sus actos nos afectan directamente: las palabras “recesión” y “crisis global” suenan cada vez más fuerte porque han sumido a la economía del mundo en el caos y la incertidumbre; los derechos de miles de personas —migrantes, refugiados, universitarios, pobres— están siendo vulnerados, en su país y en otros, por las políticas y discursos que han impulsado; la crisis climática pronto será irreversible. La lista es extensa.
No podemos olvidar que lo que hace esta gente no es parte de una serie de televisión, sino actos concretos que alteran nuestra vida y nuestro futuro. El horror no debería convertirse en nuestro entretenimiento favorito.