Internacional

La triste lección chilena

Que existe un terrible manejo de las expectativas en la izquierda latinoamericana no es un secreto, pero lo que está pasando en Chile sale de las proporciones cotidianas: la decepción de esta semana ha sido monumental. Habría que pensar en lo que las constantes derrotas que ha sufrido esta izquierda joven desde que llegó al poder implican no solo para ese país, sino para la región.

Normalmente, ante el triunfo de un candidato presidencial que se autonombra de izquierda, quienes comulgan (comulgamos) con esa tendencia política colocamos en ese político nuestra esperanza y pensamos que será mejor que el gobierno de derecha al que usualmente reemplaza. Después la realidad nos va alcanzando: la inflación histórica en Argentina, la militarización en México, el desprecio a la separación de poderes en Colombia, el régimen de excepción interminable en Honduras, las dictaduras del bloque Nicaragua-Cuba-Venezuela y un largo etc. Uno empieza a normalizar esas derrotas y ponerlas en su justa dimensión.

Pero el triunfo de Gabriel Boric, un luchador social que tenía 36 años al tomar la presidencia chilena en marzo de 2022, marcó un parteaguas en el continente: representaba a una izquierda moderna, a un gabinete de mujeres y hombres con ideas de descentralización, feminismo, combate a la crisis climática y gravámenes a la riqueza. Nada que ver con los viejos caudillos izquierdistas que llevaban tres candidaturas presidenciales intentando llegar al poder.

En las redes y los artículos de opinión el ánimo era absoluto y, por los comentarios, Chile parecía estar destinado a ser Utopía. Pero si bien Boric había derrotado al candidato de extrema derecha José Antonio Kast, la situación del país era compleja y el clima político lo era aún más.

En 2020 la izquierda había obtenido un triunfo —previo a la llegada de Boric— al lograr una mayoría en la Convención Constitucional, el órgano que idearía una nueva Constitución para reemplazar a la promulgada por el dictador Augusto Pinochet y que fue creado tras meses de protestas masivas en el país.

Ese proyecto de Constitución incluía derechos para minorías y pueblos originarios, pero también decretaba la eliminación del Senado o que Chile se consideraba un Estado plurinacional. Los chilenos votaron apabullantemente (61.9 por ciento) contra él, pese al apoyo de Boric y su gabinete al mismo. Se consideró un referéndum de su gobierno, el cual perdió.

A partir de ahí todo ha ido en picada y las encuestas le daban a Boric una aprobación de solo 35 por ciento en marzo pasado. Y esta semana la formación de Kast acaparó más de 35 por ciento de los votos y 23 de los 51 consejeros del Consejo Constitucional, que deberá redactar otro proyecto de Constitución. La coalición de Boric obtuvo solo 28 por ciento de los votos y 17 consejeros. En solo tres años, los chilenos cambiaron no solo de bando, sino que se fueron al otro extremo político.

Los tropiezos de esta izquierda joven latinoamericana, que prometía abrir un panorama distinto en la región, tampoco significan un fracaso absoluto. Pero sí son una lección triste de que no basta con triunfar en las elecciones, tener un buen discurso o las mejores intenciones: hay que trabajar diario para cumplir con las expectativas, para mostrar que una izquierda distinta y exitosa es posible. Y no abrir la puerta a la extrema derecha.


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Mael Vallejo
  • Mael Vallejo
  • Mael Vallejo es periodista. Director de estrategia digital de N+. Su columna se publica cada 15 días (viernes).
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