Gustavo Petro es el primer presidente de izquierda que ha tenido Colombia. Logró el triunfo en su tercera elección como candidato presidencial, al enfrentar a una clase política tradicional repudiada por los ciudadanos. Las expectativas que hay sobre él en el país y en la región, así como las ganas de sus opositores de que fracase, son enormes.
Lo mismo sucede con Alberto Fernández, quien llegó al poder en Argentina después de que el ex presidente de derecha Mauricio Macri dejara al país en una crisis económica brutal. El regreso del kirchnerismo, con Cristina Fernández como vicepresidenta, era una promesa de mejora.
Gabriel Boric, en Chile, sorprendentemente logró la candidatura presidencial desde una izquierda joven y progresista ante sus colegas de coalición, después de que las revueltas sociales encendieran el país porque los ciudadanos estaban hartos del statu quo. Su triunfo en las elecciones ante el ultraderechista José Antonio Kast fue celebrado por la izquierda mundial.
No son los únicos. Xiomara Castro llegó a la presidencia de Honduras después de que Juan Orlando Hernández afianzara un narco-Estado. Luiz Inácio Lula da Silva, pese a sus problemas judiciales previos, venció al fascista de Jair Bolsonaro. Andrés Manuel López Obrador, como Petro, llegó a la presidencia en su tercera elección, después de que previamente la clase política metiera al país en una guerra absurda y robara a manos llenas. La lista sigue y quienes se llaman de izquierda hoy gobiernan casi toda América Latina.
El problema, como ya sucedió en la primera década de este siglo con la “ola rosa” y la Alianza Bolivariana de Chávez, Evo, Néstor Kirchner, Lula y demás líderes, es que las expectativas que prometen difícilmente serán cumplidas, con el peligro de que los ciudadanos vuelvan a votar por opciones cada vez más radicales de derecha o por personajes fuera de la “política tradicional” (como Trump en Estados Unidos), ante el desencanto por la izquierda.
Hoy la Fiscalía de Colombia está investigando al hijo mayor y al hermano de Petro por un posible caso de mal uso de influencias. La crisis económica y social en Argentina no parece tener fin. La aprobación de Boric está por los suelos. López Obrador ha militarizado al país y su familia está metida en tramas oscuras de dinero en efectivo y uso de influencias. Castro ha decretado un estado de emergencia inconstitucional. Perú y el fallido golpe de Estado que intentó el ex presidente Pedro Castillo quizá sea el mejor de los ejemplos de fracaso.
El problema de las enormes expectativas que generaron –y generan– estos gobiernos es que no han sido bien manejadas por los presidentes. Era obvio que no iban a poder cambiar el mal rumbo histórico de sus países en unos años, pero esa fue su promesa. Hay una mezcla de mesianismo y afición a los aplausos de “el pueblo” que une a casi todos estos líderes. El problema es el riesgo enorme de que, ante estas promesas incumplidas, los ciudadanos crean que ni la izquierda, la derecha o el centro puede ayudarles a mejorar sus vidas. Y entonces veamos a más imitadores de Trump deambular por las elecciones presidenciales venideras.
Mael Vallejo@maelvallejo