
Todos los seres vivos cuentan con su propio hábitat, sin distinción de su condición particular, sean plantas o animales, organismos simples o complejos. El hábitat es indispensable para la vida, es el modo en que los seres vivos estamos en el mundo.
En ese sentido casi no hay diferencias conceptuales entre los objetos que construimos los humanos para protegernos de las inclemencias del clima, comparados con los que produce cualquier otro ser vivo. Casi todos los animales construyen o adaptan el espacio disponible para satisfacer sus necesidades de refugio, algunos incluso crean estructuras muy complejas, cuyo diseño no responde a la casualidad y difícilmente se les puede asociar con sus instintos.
Los constructores de hormigueros, panales, madrigueras y nidos producen formas sofisticadas para resolver necesidades que van más allá de las básicas. Además de protegerse del clima y de los depredadores, los hábitats mencionados sirven para procesar y almacenar alimentos, para la reproducción y cuidado de las crías y para muchas otras funciones sociales complejas.
Quizá existe una sola característica que distingue a las construcciones humanas de todas las demás, podríamos decir que el hábitat humano trasciende a las necesidades físicas que le motivan, para convertirse en un producto cultural.
De este modo existen sin duda necesidades humanas en el plano de lo simbólico, como la identidad, la belleza, la espiritualidad y otras, que no es probable ni evidente que existan en los ambientes de los demás animales. La única especie que produce lo que entendemos como arquitectura, urbanismo y paisajismo es el Homo sapiens.
TANGENTEConstrucciones de la naturaleza
¿En qué radican las diferencias entre el hábitat humano y el de los demás seres vivos? ¿Es posible concebir formas arquitectónicas producidas por animales no humanos? ¿Qué podemos aprender de las construcciones que se encuentran en la naturaleza?