Recuerdo que cuando era niña acompañaba a mi abuela a las reuniones de la comunidad. Yo no entendía del todo lo que se discutía, pero observaba con admiración la fuerza con la que ella defendía las necesidades de nuestro barrio. Aquellas imágenes me marcaron: entendí que la voz de una mujer podía cambiar las cosas, aunque muchas veces no fuera tomada en cuenta. Esa vivencia personal me acompaña hoy, en este camino de servicio público, como una convicción: la democracia necesita, y siempre necesitará, la voz femenina.
En estos días de informes de gobierno hacemos una pausa para evaluar avances y pendientes. Pero más allá de las cifras, es justo preguntarnos: ¿qué tanto se refleja la participación de las mujeres en esos logros? No podemos olvidar que apenas en 1953 conquistamos el derecho al voto y que desde entonces hemos librado batallas constantes para ocupar espacios de decisión. Hoy la paridad es constitucional y hemos alcanzado posiciones históricas: congresos paritarios, mujeres gobernadoras, presidentas municipales y liderazgos comunitarios. Sin embargo, el verdadero reto es que esa presencia se traduzca en incidencia real. Una democracia con voz femenina no es un discurso de moda. Es garantizar que se atiendan temas largamente invisibilizados: igualdad salarial, violencia política de género, acceso a la justicia, derechos de la niñez, cuidados y construcción de paz. Se trata de abrir espacios y de que desde esos espacios podamos transformar realidades.
En el contexto de los informes de gobierno es indispensable mirar con perspectiva de género, reconocer avances que mejoran la vida de las mujeres y señalar deudas pendientes que todavía nos limitan. Porque lo que no se nombra, no existe. Y la democracia no será plena mientras exista una mujer silenciada o violentada por alzar la voz.
Pienso entonces en la “Canción sin miedo” de Vivir Quintana, que se ha convertido en un grito colectivo contra la violencia y una exigencia de justicia. Esa melodía poderosa nos recuerda que las mujeres no pedimos permiso para existir ni para participar. Estamos aquí, transformando con nuestra presencia y defendiendo con dignidad nuestro derecho a vivir y decidir. La democracia mexicana vive un proceso de transformación y las mujeres somos protagonistas. Nuestro papel no es secundario ni decorativo: es central, es presente y es futuro. Y mientras exista una mujer que alce la voz, la democracia seguirá viva. La voz femenina incomoda, interpela y transforma. Es la voz que exige respeto, la voz que construye libertad. Esa voz, nuestra voz, es hoy el latido más fuerte de la democracia.