
En perspectiva, las razones que llevaron a gobiernos anteriores a abrirse a la democracia merecen dos lecturas, la heroica o generosa y la realista, bajo la idea de pragmatismo en el ejercicio del poder. En la primera prevalecería la idea de que fue la convicción democrática del gobierno en turno lo que impulsó el cambio político. A su favor se pueden señalar las reformas mismas, algunas promovidas desde el poder, otras conquistadas por la oposición y siempre refrendadas por la mayoría. En la segunda visión se plantea una estrategia de cambios graduales que permitiera al régimen sobrevivir, actualizándose frente a la transformación del país y del mundo.
Las reformas emprendidas fueron un equilibrio entre esas dos dinámicas; cada caso debe entenderse en sus propias circunstancias y méritos. La reforma fundacional de 1976 fue una combinación virtuosa de los dos planos, abrió espacio para que la pluralidad se robusteciera y encontrara cauce dentro de la política institucional mediante la representación proporcional en la Cámara de Diputados.
Tras la elección presidencial de 1988, el impulso renovador se concentró en el plano electoral y, nuevamente, los cambios fueron significativos: la creación del IFE y las nuevas reglas para la realización de elecciones en 1990. La reforma de 1996 dio autonomía plena al instituto y a la justicia electorales, se democratizó plenamente el entonces DF y se crearon normas de equidad y competencia justa, además de poner límites a la sobrerrepresentación impidiendo que solo una fuerza política pudiera modificar la Constitución. A ello se sumaron reformas al Poder Judicial Federal y la creación del INAI.
Este apretado recorrido de la democratización del país da cuenta del cambio institucional con insuficiencias, pero con logros mayores y avances significativos, además del mérito de que las reformas se dieron en el marco del acuerdo, la inclusión y la representación. La lógica y los objetivos han cambiado con el triunfo de Morena. No es el regreso al pasado, sino la creación de un nuevo régimen ajeno a los propósitos y medios que inspiraron el desarrollo político de las décadas pasadas y hoy claramente orientado a concentrar y conservar el poder.