Cualquier cosa relacionada con la inteligencia artificial (IA) parece convertirse en oro. Las megaempresas tecnológicas de Estados Unidos compiten por ver quién invierte más para alcanzar la tierra prometida de la IA generativa, aquella que aspira a superar la inteligencia humana. Saben que quien lo logre primero obtendrá ganancias sin precedente. Y, por lo transformadora que es esta tecnología, las apuestas gigantescas parecen justificadas. No sorprende que las expectativas estén desbordadas.
Las señales de euforia abundan. Las valuaciones de algunas empresas líderes en IA dan vértigo. Nvidia, por ejemplo, alcanzó hace poco una capitalización de 5 billones de dólares (casi tres veces el tamaño de la economía mexicana), con un múltiplo precio-utilidad superior a 40x. Ese número asume un crecimiento explosivo. Tan es así que, pese a reportar utilidades récord en su trimestre más reciente, su acción cayó. Cuando ni los mejores resultados alcanzan para satisfacer al mercado, la idea de una burbuja se vuelve difícil de ignorar.
La efervescencia se manifiesta en la magnitud de las inversiones, sobre todo en centros de datos (los fierros en los que corren los modelos de IA). Meta invertirá más de 70 mil millones de dólares este año; Microsoft, más de 80 mil; Google, arriba de 90 mil; Amazon, 120 mil. Y sus planes para 2026 son todavía más ambiciosos. Son cifras tan descomunales que algunos estiman que explican cerca de 90% del crecimiento económico de EU en el primer semestre.
Está claro que la economía estadunidense depende, quizá demasiado, de este ciclo tecnológico. Si los mercados pierden confianza, como mostraron señales la semana pasada, la corrección puede ser dolorosa. Una caída en la inversión en IA apagará el principal motor de la economía y millones de inversionistas verán evaporarse buena parte de su riqueza, con efectos sobre el consumo y el resto de los sectores.
Aun así, una burbuja no necesariamente será una mala noticia. La historia muestra que los excesos suelen dejar una infraestructura que después sostiene nuevas olas de innovación. Ocurrió con los ferrocarriles en el siglo XIX y con el internet en los noventa. El exceso de inversión actual en centros de datos, chips y software puede ser catastrófico para algunos inversionistas si llega un ajuste, pero también puede convertirse en una bendición para la economía a largo plazo. La sobreconstrucción de hoy puede ser la plataforma de crecimiento de mañana.
Más allá del ciclo de mercado, el punto esencial es que la inteligencia artificial transformará la economía y nuestras vidas. No dudo que muchas valuaciones estén infladas y que llegue una corrección, quizá significativa. Pero la tendencia de fondo es contundente: esta tecnología es revolucionaria y las empresas ganadoras generarán beneficios inmensos. El camino seguramente tendrá altibajos, pero es difícil apostar contra una fuerza tan poderosa como la IA.