Esta orilla del país semeja un paraíso o lo más parecido a lo que uno imagina que es un paraíso, el edén y hasta como el cielo si uno romantiza la creencia religiosa y así nombrar a este límite en la zona sureste mexicana.
Casi con los mismos años que tiene Torreón como ciudad, Playa del Carmen registraba ya actividades productivas, si bien entonces la región formaba parte del estado de Yucatán.
A inicios del siglo 20 empezó a poblarse.
Su historia es parte de la inmensa historia del mundo maya, inacabada todavía y por descubrirse en el sureste profundamente originario donde la dignidad también pisoteada por quienes han llegado, aún hoy, a literalmente emprender nuevas versiones de coloniaje.
Un tema pendiente de ser abordado en otra oportunidad y con puntualizaciones precisas.
Por ahora, el lugar es, en verdad, una joya en el Caribe mexicano. Quizá no haya en el mundo contextos naturales con las características del suelo quintanarroense, y de ahí que día a día lleguen a vivir aquí extranjeros, individuos y familias de estadounidenses, europeos, asiáticos, del mundo árabe.
No se diga de infaltables argentinos que inundan sus calles y se ocupan de lo que sea para sobrevivir.
A unos les ha ido bien, a otros mejor, pocos se quejan. No extrañan a la Argentina de Milei.
Se topa uno con laguneros, jóvenes comarcanos que aquí han encontrado lo que en la Laguna no hallan cuando egresan de la universidad o porque no hay cabida para emplearse de acuerdo a sus expectativas.
Cada vez hay más talento de la región lagunera en este pedazo bellísimo del sureste que, por lo que veo y escucho en mis pláticas con quienes converso, visualizan un futuro prometedor, menos duro e injusto y de amplias perspectivas en cuanto a su desarrollo y bienestar.
Qué bueno. La ilusión es válida.
Está, desde luego, la parte que emociona e inunda la vista y el corazón, que inspira, que provoca escribir, que besa lo literario, lo poético, la ensoñación, el romanticismo, que alegra el corazón y nos resarce el estado de paz por ahí extraviado en el trajín incesante.
Hay, pues, tranquilidad y gozo.
La felicidad sí existe, es de adentro hacia afuera, pero lo es a su vez del exterior al interior. El ramal del alma.
Leer y escribir en absoluta calma, apropiarse de palabras y sin miedo escribirlas. Un bienestar que se respira, se observa, se camina, se suda, se disfruta.
Una ciudad que brilla, que atrapa las miradas con sus metros y metros cuadrados de murales que honran el universo natural de la zona y lo vivifican.
Una ciudad ordenada, notablemente limpia y sin ola naranja, respetuosa del peatón, de las y los otros, del visitante, del ciclista, del motociclista y de quienes utilizan patines y patinetas y recorren calles y avenidas sin mayor temor –que son cientos y transitan despreocupados-, la comida y las bebidas las hay para todos los gustos y todos los bolsillos.
No faltan los periódicos, las revistas, los noticiarios de radio y televisión.
Paso del espectacular Tren Maya, escenario infaltable de los dos mil 500 cenotes que cruzan Quintana Roo y la exuberante selva maya.
Ni tampoco deja de haber problemas.
Sí, el calor es tan o más intenso que en Torreón y la Laguna. Aquí se suda las 24 horas.
Un calor que no detiene el mar de visitantes y de personas que escogen a Playa del Carmen para residir.
No, no hay empresas de chimeneas ni lácteas, ni de otros giros, no.
La industria es la hotelera, la gastronómica, la inmobiliaria (ésta con señales de corrupción por la desmedida ambición humana presente en todos lados).
Y el turismo como su principal fuente de ingresos y que obliga a tener y mantener a la ciudad entre las primeras cinco a nivel nacional en cuanto a su presupuesto cuando su población apenas rebasa los 300 mil habitantes.
Playa del Carmen anota un crecimiento sostenido y, pese a los vaivenes que su economía resiente por sus temporadas alta y baja de turismo, su calidad de vida es para presumir.
“Aquí llevo 28 años, y soy muy feliz”, me dice el señor Ramiro, comerciante oriundo de Tehuacán, Puebla. Omar es de Torreón, lleva aquí 15 años, egresó de la Ibero y asegura que no piensa en volver.
Así que, sin comparar y en respeto a historias, contextos, realidades, la diversidad de la naturaleza, el mar, los ríos, la flora, la fauna, lo originario sí subyuga.
Sin embargo, advierto que habrá de estar alertas ante la tentación del coloniaje y de la corrupción que, no podemos desconocerlo, podría arruinar la magia inconmensurable de Playa del Carmen. (Xamanhá, “agua del norte”). Un paraíso en la tierra maya, en México.