A las nueve de la mañana del 7 de octubre de 2023, Einat Kaufman recibió una llamada de emergencia.
Del otro lado de la línea, un niño de nueve años pedía ayuda, quien junto a sus hermanas, de seis y tres años, se encontraba escondidos en el armario del cuarto de seguridad de su casa, en un kibutz del sur de Israel. Minutos antes habían presenciado cómo sus padres eran asesinados frente a ellos.
Los niños permanecían en silencio, sin saber qué hacer. Einat, psicóloga israelí especializada en crisis y voluntaria de la Unidad de Respuesta al Psicotrauma, les pidió permanecer en línea y guardar la calma. Escuchó voces en el fondo y, al oírlas hablar en árabe, comprendió que los hombres armados que irrumpieron en el kibutz no eran soldados israelíes.
El pequeño relató cómo atacaron a su padre mientras sostenía en brazos a la más pequeña. Él cayó sin vida, pero la niña logró escapar. La madre corrió tras ella y fue alcanzada por las balas. La menor, de tres años, tocó varias puertas hasta que un vecino le abrió y la rescató.
Por eso Einat no colgó: debía mantener viva la conexión para que los hermanitos sobrevivieran. Lo hizo durante más de 12 horas.
Esa mañana, Einat escuchó –en la voz temblorosa de un niño– la descripción de una de las masacres más dolorosas que ha presenciado.
“Decidí quedarme a ayudar a mi pueblo”
Hace un par de semanas en Tel Aviv tuve la oportunidad de conversar con Einat Kaufman. Durante una década trabajó en zonas de emergencia alrededor del mundo: Perú, Ecuador, Estados Unidos, Puerto Rico y África, donde atendió la crisis del ébola. Pero cuando ocurrió la masacre en Israel, decidió quedarse.
“¿Qué distingue a la psicología israelí?”, le pregunté. “Es distinta porque este no es el primer conflicto que enfrentamos, ni será el último. La resiliencia aquí es muy fuerte. Después de atravesar tantas tragedias, la capacidad de recuperación también lo es. Somos un país fundado por sobrevivientes del Holocausto; eso nos hace resistentes, además de víctimas”.
La psicología del cautivo
Tras los ataques surgieron nuevos retos para los especialistas. “¿Cómo se trata el trauma de las víctimas en estos casos?”, le planteé.
“No existen protocolos. Aunque tengo experiencia en traumas extremos –violaciones, accidentes, secuestros–, con cautivos civiles que han pasado tanto tiempo retenidos no hay teoría previa. Estamos escribiéndola mientras trabajamos”.
Explica que lo primero es devolverles la sensación de control sobre su vida: desde decidir cuándo comer o ir al baño, hasta atreverse a abrazar o hablar con seguridad. Cada persona avanza a su propio ritmo. La recuperación es lenta, porque durante meses o años han estado sometidos.
La especialista menciona un fenómeno conocido como “paradoja de la fe”: durante el cautiverio, la espiritualidad se fortalece porque se convierte en lo único que queda.
“A esto se suma la psicología del israelí”, dice. “Aquí existe una fe inquebrantable en los soldados, en la autoridad. Esa confianza también sostiene la esperanza”.
El postrauma colectivo
Con el retorno de los rehenes comenzó una etapa que Einat describe como postrauma colectivo.
“Cerca del 85 por ciento de los israelíes iniciarán un proceso de sanación. Es parte de nuestra naturaleza; estamos acostumbrados a vivir en situaciones de guerra. En unos seis meses vendrá una fase de relajación, de búsqueda, de regreso a la vida normal. Pero esa es la más difícil para los terapeutas. Tras tanto tiempo de tensión, muchos pacientes se desmoronan cuando llega la calma”.
Los rehenes, los familiares de las víctimas y los soldados –dice– no se curan del trauma: aprenden a vivir con él.
Una voz en la memoria
Después de aquel primer sábado de octubre y tras más de 12 horas de comunicación ininterrumpida, Einat nunca volvió a hablar con los niños.
Ellos jamás conocieron el rostro de la voz que los mantuvo con vida.
En el tratamiento del trauma, explica, esa distancia es parte del protocolo: para las víctimas, la voz del terapeuta queda ligada al peor día de su existencia.