El cartujo camina cabizbajo y meditabundo. Mientras recorre los pasillos oscuros del monasterio, recuerda, con angustia y tristeza, un pasaje del libro Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo (Taurus, 2017), del filósofo y ensayista Rob Riemen, quien escribe. “Nuestra democracia se encuentra en crisis. Los partidos políticos ya no tienen principios ni proyectos; la confianza en la política y en el gobierno ha disminuido a un nivel peligroso; las elecciones han sido reducidas a un carnaval de banalidades vacías de contenido”.
El autor de Nobleza de espíritu. Una idea olvidada reflexiona sobre la actual crisis de la civilización occidental, alerta contra el resurgimiento del fascismo en Europa y advierte su presencia, apenas camuflada, en Estados Unidos. No nombra a México; sin embargo, párrafos como el citado parecen escritos para este país, con instituciones electorales blandengues, políticos demagogos, ciudadanos dispuestos a vender su voto por baratijas o promesas, periodistas afiliados, por convicción o conveniencia, a la oposición o al gobierno, sin respeto para su oficio. No se puede generalizar, por supuesto, pero eso existe, aunque algunos —en defensa de sus intereses— se empeñen en negarlo.
Vivir en el desamparo
Muchas personas —dice Riemen— se encuentran desamparadas en sus intentos de vivir libre y responsablemente. Desamparadas en su búsqueda de respuestas a preguntas como cuál es la forma correcta de vivir o cómo es una buena sociedad.
Los intelectuales nihilistas las apartan de los valores espirituales, para ellos nada vale la pena; los conservadores las previenen contra los cambios y lo nuevo, fomentando el oscurantismo; la educación, “torcida por los dictados de lo que es útil para los negocios y el Estado”, desdeña lo moral y espiritual; la élite empresarial promueve sin cesar la fe en el valor de mercado y deja de lado la cultura y el arte. Todos abandonan a esas personas en la intemperie, incluidos, desde luego, los políticos.
“La gente es dejada en el desamparo por las élites políticas tanto de izquierda como de derecha, que han renunciado a sus principios e ideales por la moneda falsa del favor de los votantes y la necesidad de adaptarse a la corriente”, escribe Riemen.
Por eso los políticos, salvo excepciones, dicen tantas mentiras, por eso tienen la memoria corta y la lengua larga, como se vio en México en el reciente proceso electoral y como, seguramente, se verá en 2018 con la disputa por la Presidencia de la República y otros cargos de elección popular.
Riemen alude a los políticos populistas, promotores del miedo, el odio, la intolerancia, pero muchas de sus acotaciones pueden aplicarse sin problema a la mayoría de los políticos mexicanos, sin distinción de partido ni de ideología, si acaso tienen una. En sus discursos, estos personajes “casi nunca presentan un proyecto real, o evidencia de ser conscientes de que la esencia de nuestra crisis es una crisis de civilización, que la crisis económica es de facto una crisis moral que no será resuelta con mayor vigilancia, que nunca seremos capaces de apreciar y articular nuestras experiencias más profundas sin el lenguaje de las musas, y que la violencia no será desterrada con más leyes y castigos más duros, sino solo mediante el desarrollo de la conciencia. No saben nada de la vida del intelecto ni de valores espirituales”. Para ellos, solo el poder importa, un ciego anhelo de poder, remata el pensador neerlandés.
Educación y democracia
Riemen recuerda a Thomas Mann, quien en 1938 ofreció el ciclo de conferencias El triunfo final de la democracia en una gira por 15 ciudades de Estados Unidos, en lugares abarrotados, como si fuera una estrella de rock. Para el escritor alemán, la democracia es “aquella forma de gobierno y de sociedad que se inspira, por encima de cualquier otra consideración, en la conciencia y el sentimiento de la dignidad del hombre”.
El centro de la vida democrática está, por tanto, en la educación. “Esto es notable —observa Riemen—, pues nos hemos acostumbrado a medir la democracia en términos de libertades, elecciones, estado de derecho, derechos humanos. Mann no negaría nada de esto, pero él destaca uno de los principios de la democracia de calado mucho más hondo: la educación”.
Una educación donde la ciencia, la tecnología, la preparación para el trabajo no excluyan o estrechen la filosofía, la literatura, la poesía, el civismo; una educación humanista, de amor a las palabras y a la vida.
¿Cómo es la educación propuesta por el gobierno de Enrique Peña Nieto? ¿Cómo es la imaginada por los partidos de oposición? ¿Los candidatos para 2018 tendrán algún proyecto o solo prometerán abrir más escuelas, más universidades, sin rigor ni calidad, donde se cultive con esmero el arte del resentimiento y la frustración?
Si la educación está en el centro de la vida democrática, si no queremos ver las elecciones del próximo año reducidas “a un carnaval de banalidades vacías de contenido”, sería conveniente exigir, en vez de eslóganes, propuestas de los candidatos sobre educación; reclamar no las imágenes impuestas por los publicistas, sino las ideas para el desarrollo del país —y bien lo sabemos, un país sin educación, sin cultura, sin nobleza de espíritu, está condenado a la estupidez y la barbarie.
Queridos cinco lectores, bajo el amparo de la Luna casi llena, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.