Cultura

Vuelo de elote

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Bañado en harina con confeti multicolor, intenté hipnotizarla con un falso bigote de Villa o Emiliano. Ella me llevaba prendada en los ojos con toda la vida por delante y la marea de todas las almas posibles nos llevaba en andas de un puesto al siguiente, de los tacos a las flautas, de los buñuelos al algodón de azúcar rosa y de los codazos de un globero a los esquites con piel de piquín. Llegar a las quesadillas era como un remanso que se completaba con el diseño instantáneo de un retrato en pareja, subidos en montaña rusa, en la masa redonda de un inmenso hot-cake a la mexicana: con cajeta o miel de piloncillo y caminar entre las sombras de cientos de sombrerudos todos los kilómetros hasta llegar a un coche y enfilar a lo que se llamaba Fiesta Mexicana y criticar los gritos y reírnos de los fantoches y soñar con ganar el Mundial.

Ahora todo eso me parece tan lejano como el vuelo de un elote sin dientes que vi volar sobre la plaza de Coyoacán (¿o sería sobre el Zócalo?) en un ayer que ya ni parece recuerdo. Tan lejano como imaginar el primer Grito en Dolores, descubierta la conspiración, y que un puñado de oyentes entendiera que se gritaba la muerte del mal gobierno, los vivas al rey de España y a la Virgen de Guadalupe y que horas después el señor cura de Dolores enfilara a la Hacienda de la Erre sobre una yegua prieta (que en los libros de historia de bronce se convirtió en blanco corcel) y que a los postres del día siguiente brindara por el hecho de que ya se le había puesto el cascabel al gato y que no quedaba más remedio que ir a matar gachupines.

Ahora me parece tan lejano el roce multitudinario de las caras sin mascarillas y de todos los muertos que llenan las plazas vacías como llamarada de fantasmas; tan lejano como el remanso de descanso que se tomó el señor cura de Dolores en la sacristía del Templo de Jesús Nazareno en Atotonilco, antes de entrar en San Miguel, y quizá brindando con una copita de vino de consagrar le pidió a su colega de sotana el estandarte de la Virgen de Guadalupe que sería la primera bandera, luego del primer Grito… sin imaginar que pasaría más de una década para que tanta chispa lograra incendiarse en la firma de un Tratado de Independencia, bajo la enrevesada corona de un antiguo soldado realista. Todo eso que ahora nos parece tan lejano.

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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