
Ahora se me aparece en una nube lila que parece amoratarse para que el Caballero de la Triste Figura parezca bañarse de una ligera llovizna de jacarandas y ya morado, demorado y enamorado, extender una vez más la mejor historia jamás contada. Hablo de la novela que elijo leer cada abril por primera vez desde 1987 y así suman 36 primaveras que sigo necio en la esperanza de que me vuelva Abril, que retoñen las almas intactas de dos o tres autores que se esfumaron como abriles y que se me conceda seguirle de nuevo la sombra al hombre que viene llegando por el Barrio de las Letras en un Madrid que apesta a sardina y sobaco de siglos pasados.
Que me vuelva Abril el ánimo con el que las madrugadas engañan la lectura de antiguos subrayados en páginas que parecen recién impresas y abriles las anotaciones a lápiz en los márgenes de una edición que ha vuelto a las yemas de mis dedos con el mismo fervor con el que intento alcanzar el eco de las botas del hombre que lleva con elegante dignidad la izquierda inmóvil, envuelta en un guante de terciopelo negro…. Y el chisme lo declara Manco.
Que me vuelva Abril habiendo concluido nuevamente la novela interminable que intento rematar otra vez —36— el mero día en que signan los archivos que murió el hombre llamado Miguel de Cervantes Saavedra, que tengo para mí que se transportó a otro calendario para morir el mismo día de otro año pero en sin eñe y en Inglaterra, con el seudónimo de William Shakespeare y confirman que Cervantes no bogó en Lepanto sino en un teatro circular de Londres donde extendió su dramaturgia en otro idioma… para luego volver a Madrid y convertirse en la sombra morada que camina con prisa por el Barrio de las Letras, hilando el glóbulo liláceo donde se vuelve a encarar un hombre que frisa ahora los 60 años con la barba encanecida y las carnes heridas de adoloridos huesos y congestionadas arterias de humo seco, creyendo reconocer cada párrafo de un libro que se escribe en el preciso instante en que alguien lo lee —nuevamente o apenas— como dintel de mariposas amarillas o monólogo del cráneo o utópico anhelo circular de que todo, absolutamente todo se acomoda, si acaso Abril llegara a volver.