Aunque me siento necesario, no soy indispensable. Por ende, informo respetuosamente a Javier Aguirre —entrenador de la Selección Mexicana de Futbol— que no cuente conmigo en la alineación para los juegos del ya muy próximo Campeonato Mundial de la FIFA. México es país sede por tercera vez en la historia, supuestamente en armoniosa conjunción con Canadá y Estados Unidos y me hacía mucha ilusión intentar una chilena en el estadio Azteca, barrerme elegantemente al filo del área chica y luego, cuajar un golazo de palomita que dejara mudo a México, pero con estas líneas anuncio no sin dolor que no pienso depilarme, seguir con los entrenamientos de sofá y asirme del debido mindfulness para portar la sagrada camiseta verde en lo que ya es inobjetablemente una patética y monumental farsa imperdonable.
Mi renuncia y renuencia no se debe al pase, al hueco u otras estrategias aztecas sobre la verde alfombra. Abandono a la FIFA por culpa de Gianni Infantino y su miserable postración ante las heces fecales del Poder con mayúscula y por sus incontables triquiñuelas que mancillan la honra de ese noble juego de once jugadores contra otros once y pelota en medio. Si Dios es redondo —como se le reveló a Juan Villoro en una epifanía geométrica— hemos comprobado que la deidad anda desinflada: el balón es ahora el calvo cráneo de un infante Infantino que nunca fue de mi gracia y que jamás pensé que signaría la guinda suprema a la putrefacción del balompié.
Este pinche calvo sonriente no ocultó sus enredadas mañas para favorecer la figura y las jugadas de Lionel Messi en torneos de importancia (cosa que no necesitaba el jugador), pero en recientes avances del hundimiento, el mentado Infantino se ha vuelto sicofante de Donald J. Trump (encarnación fehaciente del Mal) por lo que podemos inferir que el Diablo también es redondo, como cerdo con alas, moco y boñiga. Infantino anuncia que en el próximo sorteo para el mencionado Mundial Tripartita (ceremonia en la que se enfrían las bolas para armar los grupos) se entregará un apócrifo e impostado Premio FIFA de la Paz al energúmeno anaranjado con pelos de elote y que además podrían mover no pocas sedes de Canadá y de México hacia estadios en la otrora Unión Americana para festín de la Gestapo del Ice, helando la asistencia de todos los migrantes y mi añejo sueño de alzar la copa al pie del Capitolio de D.C. se esfuma en una niebla nefanda de un desastre y desahucio más en esta goliza emocional donde también ya pifó la FIFA.