Un catedrático de veras es aquel que tiende la mano al alumno en posible vía de volverse discípulo y lo eleva a una estatura superior a la tarima del aula; lo hace con el amoroso ejercicio de la mayéutica, con el peripatético recurso de los paseos pensantes y con la suprema gentileza de hacer sentir al novicio como si fuera ya doctorado. El catedrático que sonríe al debatir y reflexiona al ponderar dudas y calla cuando habla el Otro y concede erudición sin pedantería es en sí mismo una rara epifanía y por ende, un incuestionable Maestro Querido.
Por estos días la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla ha tenido a bien rendir homenaje al doctor Pedro Félix Hernández Ornelas, nacido en León, Guanajuato, hace 95 años y dedicado a una fructífera y muy provechosa vida académica desde hace seis décadas. El merecido reconocimiento público me eriza la piel de arena ocre como de playa, pues se trata del hermano mayor de mi padre y un ejemplo entrañable que siempre puso sobre los diferentes senderos de la vida una iluminación sabia no solo a sus alumnos, sus hijos y no pocos del centenar de sobrinos, sino en las yemas de los dedos de sus muchos lectores a través de libros, ensayos, sermones, homilías y sobremesas desde la remota época en que anduvo de sotana y desde el bendito instante en que unió su vida a la compañera ideal llamada Margarita para que entre ambos floreciera una hermosa familia ya con nietos volando por todo el mundo.
Fluido y fluente, Pedro Félix Hernández Ornelas domina nuestra lengua, el español, así como inglés, alemán y francés, amén de latín, griego y hasta arameo por si faltaba. Media vida abrevando de la savia jesuítica lo formó como uno de los más claros y abiertos soldados de la Compañía que fundara Iñaki de Loyola, pero las testa y manos consagradas a la multiplicación de las letras lo convirtió en un esposo, padre, abuelo, tío y sobre todo Maestro Querido por toda la luz que ha desparramados sobre el campo fértil de la Sociología, Ecología, Religión y en una sola imagen: la sapiencia tendida como mano bendita para todo prójimo en duda, amnesia o ignorancia. A mí me ha marcado su voz desde que tengo uso de razón y creo que ésta se ha fortalecido desde hace años con el claro ejemplo de un hombre como árbol cuya generosa sombra confirma la etimología de eso que llamamos santidad.