Dicen que no son estos los mejores tiempos, pero son los únicos que conozco y que —por ahora— comparto con mis hijos y creo firmemente que hay un tiempo para la meditación en nuestras propias catedrales.
He visto ese triste abandono en los ojos de mis amantes y yo sólo puedo apartarme y condescender, pues somos no más que lo que cada situación nos depara. Es pura tristeza o plena euforia.
Así que discutimos y acordamos o cedemos para caer en cuenta de que nada nunca cambia. Con toda experiencia mutua se confirma que nuestras conclusiones por separado son exactamente las mismas. Así que se nos obliga a reconocer nuestra inhumanidad y una razón coexiste con nuestra sinrazón; a pesar de elegir entre la realidad y la demencia, es pura tristeza o plena euforia.
¡Qué insensatamente disipamos energías! Quizá no satisfacemos nuestras mutuas fantasías y así, en el pretil de nuestras propias vidas con nuestras respectivas similitudes… o es pura tristeza o plena euforia.
Lo anterior es descarada traducción al vuelo, pero íntegra de una canción del señor William Martin Joel, conocido como Billy aunque dejó la melena por la calva y una barba de candado con canas. Tenía ganas de rendirle un homenaje de gratitud por todas sus canciones, cada década y cada nota al piano porque es un genio y me alivia no pocas madrugadas. A menudo lo escucho en silencio y me imagino al filo de una barra como nao en un bar de mala muerte, codeándome con el anciano que vive casado a una necia copa de ginebra o el agente inmobiliario que se cree novelista, el marinero como cantinero y la dama que lleva maquillaje corrido hasta las medias. Ebrio de una sana sobriedad desde hace poco más de dos décadas no dejo de frecuentar el recuerdo de los bares de antaño, con un hombre al piano que usaba el mueble de cola como diván para un psicoanálisis de melancolía y desolación no exenta de espasmos encendidos de euforia muy parecidos a la esperanza… en una nube ya tan lejana que parece revolotear como salvoconducto para el nivel impredecible de soledad y desmadre en el que se ha convertido el mundo entero en tan pocos segundos… y por ello, tenía ganas de enviarle un abrazo de Billy Joel y una perdida fotografía descolorida donde hace casi siglos sentí que me le parecía.
Jorge F. Hernández