Cultura

Ese otro que no soy yo

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No caigo en el error común de juzgar al otro según lo que yo soy”, escribió Séneca en una de sus cartas a Lucilio. Esta declaración parece bastante elemental, podría pensarse que hay, alrededor de ella un sólido consenso, sin embargo el siglo XXI va poco a poco adelgazando su sentido, pues ya lo normal empieza a ser juzgar al otro según lo que yo soy.

Basta ver lo que sucede en Estados Unidos con el deplatforming, un tortuoso neologismo que desguacé aquí mismo, en una columna anterior. Decía entonces que deplatforming es el término que define el activismo ciudadano que se dedica a neutralizar discursos controvertidos, políticamente incorrectos u ofensivos, y a los individuos que los pronuncian, por la vía de quitarles la plataforma desde la que iban a expresarse. La gente ya no quiere oír ideas distintas de las suyas, no quiere exponerse y prefiere erradicarlas antes de enfrentarse a ellas, prefiere, para echar mano de un famoso y florido refrán, ponerse la venda antes de hacerse la herida.

Juzgamos continuamente al otro según lo que yo soy, y si se hiciera un poco de caso a la idea de Séneca, otro sería el rumbo de dos conflictos, de notoria intensidad, con los que convivo todos los días: el de los independentistas contra los constitucionalistas en Cataluña, y en México el de los chairos contra los fifís, dos muestras flagrantes, por lo que se dicen y lo que dan por hecho los de un bando y los del otro, del juzgar según lo que soy yo.

Es muy claro que el mundo va hoy contra la idea de Séneca, se juzga al otro según lo que uno es, y esta tendencia se refuerza, cada día, en las redes sociales donde el ciudadano se ha construido una antología de la realidad orientada exclusivamente según sus intereses y sus gustos personales. La realidad que ve un usuario desde su cuenta de Twitter no es, propiamente, la realidad, sino una realidad sesgada, construida a partir de las personas afines que sigue, y de los medios de comunicación y plataformas digitales, también afines, que lo bombardean todo el tiempo con las noticias y las ideas de las que quiere enterarse, las que no se ajustan a este marco siguen existiendo y pululando, pero no dentro de su antología, sino como una realidad paralela.

El panorama es, más o menos, el de toda la vida; las personas tienden a relacionarse de acuerdo con sus afinidades, con la diferencia de que hoy esto sucede en una dosis mucho mayor, y de manera permanente: esa antología del mundo que hemos creado en la red social, esa realidad acomodaticia, es lo primero que vemos al levantarnos y lo último que vemos antes de dormirnos.

A la frase de Séneca, por elemental que sea, se le va diluyendo el sentido, lo cual es catastrófico porque la primera condición para la convivencia entre las personas; es decir, para sostener la civilización que con tanto trabajo ha conseguido nuestra especie, es saber ponerse en los zapatos del otro, no caer en el error común de juzgar al otro según lo que yo soy.

Michel de Montaigne abordó en su tiempo, el siglo XVI, esta debilidad nuestra, en su ensayo “Catón el joven”, que bien podría haber titulado “De la empatía”, y cuya primera línea es, precisamente, la cita de Séneca.

“Aun no siendo casto, no dejo de reconocer sinceramente la continencia de los fulienses y de los capuchinos, ni de percibir bien el aire de su modo de vida. Me pongo muy bien en su lugar con la imaginación. Y los estimo y honro tanto más cuanto son diferentes de mí. Deseo singularmente que nos juzguen a cada uno por sí mismo, y que no me deduzcan de los ejemplos comunes”.

Los fulienses, feuillants en francés, era el nombre de un movimiento dentro de la orden religiosa del Císter, que promovía la austeridad extrema y que se desarrolló durante los años en los que el filósofo escribía sus venerables ensayos.

Montaigne señala la imaginación como el elemento clave para ponerse en el lugar del otro; en vez de aceptarlo o rechazarlo nos invita a imaginarlo, porque este ejercicio nos sitúa, automáticamente, dentro de sus zapatos. También propone el acercamiento a quién tiene ideas distintas, no desde el rechazo ni la superioridad ni el ninguneo, sino estimándolo y honrándolo, precisamente porque es distinto y nos permite poner en perspectiva nuestras propias ideas. Por otra parte el filósofo nos hace ver que, con frecuencia, deducimos al otro, en lugar de conocerlo.

Más adelante añade otro elemento a su reflexión, con una cita:

“Algunos solo alaban lo que confían en poder imitar”. La cita es de Cicerón y deja entrever de qué manera se orienta esa antología personal del mundo que tiene cada quién, porque las cosas que nos gustan son las que consideramos dignas de imitación.

Para evitar juzgar al otro según lo que yo soy conviene tener un juicio recto, nos dice Montaigne, y admite la dificultad de hacer ese ejercicio de imaginación que propone: “Es mucho para mí poseer un juicio recto si las acciones no pueden serlo, y mantener por lo menos esa pieza maestra exenta de corrupción. Algo es algo, tener la voluntad buena cuando las piernas me flaquean”.

Lo primero, antes de hacer ese ejercicio de imaginación que supone ponerse en el lugar del otro, es querer hacerlo, tomarse el trabajo de entender a esa persona que piensa distinto que tú, eso ya es algo, dice Montaigne. Por ahí se empieza. _

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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